Por: Celsa Vásquez. Vita et Pax. Guatemala.
Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
El corazón ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, donde alcanza su unidad y se fusiona la múltiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón es la que no esta dominada por el sentimentalismo sino la que ha logrado una unidad y una coherencia, un equilibrio de madurez que le permite ser objetiva y cordial, lúcida y apasionada, instintiva y racional; la que nunca es fría, nunca ciega sino siempre realista.
El corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Sólo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser, consigue alcanzar la unificación y la madurez personal.
La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros y nosotras, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida. Jesús, el hombre para los demás, tiene corazón porque toda su vida es como un fruto logrado y abundante, un fruto suculento de sabiduría y santidad.
El profeta Oseas muestra la imagen del amor paternal en la actitud de Dios hacia su pueblo. El amor infinito es el secreto de su camino con sentido: en el nacer, en el crecer, en el madurar. Con todo ese andar, el pueblo de Dios es siempre niño. Y Dios no es para él, alguien que le tiene mala voluntad, sino un padre que cuida y educa desde dentro. El profeta habla del corazón de Dios como el lugar de las decisiones últimas y decisivas de Dios. El corazón de Dios es misericordia y vida.
Jesús, en su entrega total a la humanidad, lo dio todo.
La sangre que sale del costado de Jesús figura su muerte, que él acepta para salvar a la humanidad. Es la expresión de su gloria, su amor hasta el extremo. El del pastor que se entrega por las ovejas. El del amigo que da la vida por sus amigos. Esta prueba máxima de amor, que no se detiene ante la muerte, es objeto de contemplación para la comunidad cristiana.
La realidad de Dios, irrumpe en nuestra experiencia a través del corazón de Cristo, que nos da la medida de lo ancho, lo profundo, lo largo y lo alto que es el misterio divino. Viviendo el amor, el sacrificio de la entrega personal podemos descubrir y hacer descubrir las dimensiones absolutas, ilimitadas de nuestra existencia.
En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9): “Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino…” (“Dei Verbum”, 4).
Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.
La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que es “rico en misericordia” y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos la inmensidad de su misericordia.
A la vez, es una clara enseñanza acerca de la condición humana. La persona corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. La persona sigue así un camino que lleva a la esclavitud y a la humillación.
Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura que margina lo religioso que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil, del individualismo, otros…
Es importante – lo recordaba el Papa – ayudar a descubrir en la propia alma la “nostalgia de Dios”. En el fondo de toda persona resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee, en tanto que creado por Dios es llamado a la comunión de vida con Él.
La vida de los cristianos y cristianas debe ser un indicador que apunta hacia Dios, una señal de que por encima de todo está Él.