Por: José Alegre. Sacerdote. (Equipo Eucaristía)
Crónica de una ruptura
La primera lectura de hoy es una expresión, muy bien sintetizada, del conjunto de tensiones que fueron apareciendo entre los primeros cristianos y los judíos, todos ellos procedentes de la comunidad judía.
Unos y otros creyentes en el Dios del Antiguo Testamento, pero unos entusiasmados por la predicación que de Dios hacía Jesús de Nazaret, mientras los otros ya habían rechazado a Jesús.
Bien pronto, el judío radical Pablo, convertido a la nueva fe, abre la puerta a la entrada de no judíos en la sinagoga, es decir, a poder ser considerados como miembros de pleno derecho del pueblo de Dios. Y en eso, los que son herederos históricos, genéticos y religiosos de la fe de Israel no están dispuestos a ceder.
Todavía hoy resuena con frecuencia esta misma cuestión. Para unos son cristianos los bautizados e inscritos en los libros parroquiales. Otros piensan que son los que practican los sacramentos. Y otros, son los que cumplen la moral cristiana que sería tener sensibilidad social y ayudar al prójimo o cumplir los mandamientos. Todo eso nos hace pensar.
Teología de esa ruptura
Para los teólogos de aquella segunda generación de cristianos que se plantearon la cuestión y tuvieron que dar respuesta al problema de la relación con otras religiones o de los mismos cristianos entre sí, no son las diferencias externas, ni el cumplimiento moral, ni la sensibilidad social, ni la pertenencia a un partido u otro. Tampoco lo son las relaciones jurídicas con la institución correspondiente, ni la pertenencia a grupos de tradición bien contrastada y de costumbres muy implantadas.
Lo decisivo para marcar el ser cristiano en sentido original y profundo es la actitud que se adopta ante Jesús y su Palabra, que es la que marca la diferencia con cualquier otra religión.
Para nosotros Dios es padre
Al cristiano le corresponde la expresión Padre para referirse a Dios. Jesús tuvo ese título en su boca continuamente como clara forma de distinguirlo frente a las denominaciones que otros podían utilizar para referirse a Él pero no evocaban las mismas cosas que ese nombre tan familiar y, si es bueno, tan lleno de ternura, compasión y preocupación.
Si hay quien dice que la infancia y la relación con los progenitores conforman el patrimonio psicológico y social de la personalidad, habrá que darles la razón a quienes, como Pablo, vieron enseguida que este Dios no es igual ni el mismo que el de los fariseos, al que ellos consideraban Juez. Vivir la alegría de un Dios como el de Jesús es lo propio de un tiempo como el de Pascua que nos invita a ver, poco a poco, todas las consecuencias que tuvo la Resurrección para nosotros.