Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
Festividad de Santa María, Madre de Dios
Estamos celebrando con gozo y alegría las fiestas navideñas, fiestas hechas para la contemplación, el asombro, la gratitud… días en los que el corazón se expansiona extasiado ante el gran misterio del Dios que se manifiesta en la máxima sencillez, humildad y pobreza.
Hoy nos invita la liturgia a fijar los ojos en María madre, la mujer que está viviendo momentos de una intensa experiencia maternal, la cual aviva su actitud serenamente, contemplativa. Ella envía a la profundidad de su ser, los acontecimientos que están ocurriendo, guardándolo todo, reflexionando y meditando: “¿qué será de este Niño?” –se pregunta-. Y va recibiendo luces.
Al poco rato de haber dado a luz a su hijo querido, se le presenta un alegre grupo de pastores ansiosos por ver lo que había pasado. Y ¿qué ve María en ellos? Pues ve a gente sencilla, pobre, los marginados de la sociedad, despreciados, los que no cuentan. Y llegan porque han recibido una BUENA NOTICIA, anunciada por “un ángel” a quien se le junta un coro alegre y alborotado de otros ángeles que cantan GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA PAZ ¡Cuánta bulla debía haber en el cielo aquella noche!, tanta como silencio en la tierra en la que casi nadie se estaba enterando de lo que pasaba ni de que vivía el momento más álgido y sublime de la historia!.
Sólo ellos, los pastores, ante lo que se les manifiesta, reaccionan y sin pensarlo se van deprisa a ver “la señal”. Corren y “encuentran al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” y junto a él sus padres. Se sienten, ellos también envueltos por la presencia del Dios que, fiel a sus promesas y fiel a su modo de actuar, se revela “a los humildes y sencillos” Ellos, junto con María, viven una experiencia única . Por eso, se postran, adoran, alaban, bendicen y glorifican. Y espontáneamente comunican “lo que han visto, oído, palpado”. Se convierten, sin pretenderlo, en testigos, en evangelizadores.
¿No son estos los pasos de la evangelización? ¿Corremos presurosos y presurosas al encuentro del Señor siguiendo los indicadores que nos van mostrando “los ángeles”? Y cuando lo encontramos, revelado en lo cotidiano, en lo normal de la vida, ¿adoramos, agradecemos gozosamente? Y desde ahí, ¿transmitimos la más grande noticia: Dios está entre nosotros, se ha hecho uno de nosotros? ¿Qué Dios ama tanto a los hombres y mujeres que les ha entregado su propio Hijo? ¡Qué maravillosa misión! Y desde ahí ¡cómo arderá el corazón! Y con qué facilidad surgirán los nuevos métodos.
Y María sigue meditando en su corazón. Dice un autor espiritual que el verdadero sentido del mundo y de la historia sólo a los místicos se revela, sólo a quienes viven en Él y desde Él, a quienes ven con sus ojos y escuchan con sus oídos. Si esto es así, María es el paradigma, la gran mística que supo interiorizar poco a poco lo que estaba ocurriendo, fue interpretando a lo largo de su vida lo que Dios iba diciendo a través de los acontecimientos tan simples, tan aparentemente insignificantes como un frágil recién nacido. Ella, la MADRE, fue descubriendo el alcance de su misión a lo largo de todo el tiempo que pasó con su hijo a quien enseñó todo lo humano y de quien aprendió a sentirse hija. Y a llamar a Dios: ABBA
¿Y qué siente hoy María, Madre de la Iglesia, madre de todos los hombres y mujeres en el aquí y ahora de nuestra historia? Seguramente que su corazón siente preocupación al ver cómo los discípulos/as de Jesús no acabamos de entender el proyecto de Dios sobre la humanidad, no acabamos de aceptar las vías de la fraternidad y de la solidaridad, los caminos del amor y del servicio, no terminamos de aniquilar nuestros egoísmos para acabar con las escandalosas diferencias entre ricos y pobres, que siguen marginando a tantas personas y a tantos pueblos.
Pero también puede contemplar a tantas personas, hombres y mujeres de buena voluntad, que se afanan para que este mundo mejore, que infatigablemente trabajan por dignificar la VIDA y por alcanzar la justicia y la PAZ. Son innumerables las iniciativas que persiguen estos objetivos humanitarios. BENDITOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ: es el mensaje de esta Jornada mundial.
Que Santa María nos impulse a todos/as a ser dóciles creyentes, contemplativos/as de las maravillas de Dios y activos/as en el anuncio liberador.