Cuaresma 2013

Tiempo de opciones

Tiempo de Opciones

“¿También vosotras queréis iros?” (Jn 6,66-71)

Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real

  1. El arte de preguntar

En muchas ocasiones, las preguntas son más reveladoras que las respuestas. Una pregunta puede llevar en sí el deseo de conocer y comprender, o contener una provocación. Puede nacer del asombro o de la condena, del anhelo o del miedo. Puede formularse para abrir en los demás el acceso a lo más profundo, o bien para sembrar la duda y la discordia. Las preguntas pueden crear o destruir, iluminar u oscurecer.

Leer los evangelios a través de las preguntas que aparecen en ellos nos pone frente a diferentes actitudes vitales. Basta asomarse para tropezar con preguntas que muestran miedos y recelos: «¿cómo habla éste así?”, «¿por qué come con publicanos y pecadores?». También las hay de admiración: «¿quién es éste, que hasta la tormenta y el mar le obedecen?», de expectación: «¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?», o de deseo de conocerle y estar con Él: «Maestro, ¿dónde vives?». Por su parte, Jesús resulta sorprendente en sus preguntas, y conmueve algo en quien las recibe. Sus preguntas son creadoras, parecen sacar lo mejor de cada ser y tender un puente, un puente hacia la verdad y la luz.

Un síntoma de tristeza y de letargo es que no nos hagamos preguntas. La pregunta, en sí misma, es ya un valor. Si hay respuesta, mejor; si no la hay, la pregunta nos espolea a buscar. Por eso, la pregunta tiene un valor en sí misma. Una persona, un grupo, una sociedad que no pregunta, es una realidad gris, casi muerta. No tendríamos que cansarnos de preguntar y preguntarnos.

PARA LA REFLEXIÓN: Releo mi historia personal a la luz de las preguntas que me he ido haciendo: cuáles me hacía de pequeña, cuáles de joven, cuáles de adulta, cuáles en mi vejez… 

  1. La pregunta de Jesús: “¿También vosotros queréis iros?” 

Ésta es una de las preguntas más intensas y tajantes del Evangelio. Estamos ante unas palabras que dejan traslucir el disgusto y el dolor de Jesús. La suya es una pregunta que se plantea con tristeza, con pesar. Jesús está pagando un precio muy alto por la fidelidad a sus decisiones y a su propia misión y empiezan las deserciones, el abandono de algunos. Por eso, les plantea la pregunta a sus discípulos. Les plantea un reto serio de madurez y de coherencia personal. Están viviendo un momento difícil, de crisis. En lugar de rodear la dificultad, Jesús la pone de manifiesto, la coloca encima de la mesa. No se puede diferir eternamente las cuestiones serias del seguimiento y de la vida. Es el momento de tomar una decisión.

Jesús pretende suscitar una libertad difícil: la del que acepta quedarse aún cuando no se está en la mejor situación. Y las palabras de Jesús se convierten en un desafío para la libertad personal de los discípulos que tienen que poder decir qué es lo que quieren, qué pretenden hacer, qué decisión van a tomar. Hay que soltar todos los nudos que todavía existen. Los discípulos “entran en crisis”, a menudo, es buena señal cuando se quieren hacer las cosas en serio. Porque toda crisis es un reto para la libertad, abre un camino, obliga a dar un paso hacia adelante.

PARA LA REFLEXIÓN: Tomo un tiempo largo para escuchar la pregunta de Jesús que me hace directamente: “¿También tú quieres irte?”.

Ese “también” significa que hay personas que ya se han ido. Recuerdo personas que conozco que se alejaron de Jesús y su Reino y rezo por ellas.

  1. Diferentes abandonos

El abandono más claro es el de la persona que se va, lo deja, deserta, se retira, desaparece, se muda, desaloja, traiciona, huye… Pero hay otras maneras de irse más sutiles, menos evidentes y, por eso, con más infidelidad.

Algunas de ellas:

  • Dejar de soñar, olvidar la utopía
  • La desesperanza, el desconsuelo, el pesimismo
  • Instalarse en el pasado
  • Cerrarse en sí misma
  • La mediocridad, la sequedad
  • No saber dónde está tu hermana o hermano
  • No arriesgar la vida por las víctimas

PARA LA REFLEXIÓN: Sigo poniendo nombre a otro tipo de abandonos… Pongo nombre a mi propio abandono o abandonos.

  1. La respuesta de Pedro 

Pedro responde con otra pregunta asumiendo la responsabilidad de su papel y habla en nombre de todos: su “iremos” está en plural. Se encarga de dar una respuesta que los demás, tal vez, no son capaces o no tienen la valentía de dar. Asume el papel de líder del grupo en el momento más difícil, cuando los demás están confusos, cuando él mismo se ve en la tentación de callar. Es un hombre que, a pesar de sus contradicciones, ha crecido y es capaz de asumir su propia responsabilidad y tomar opciones.

Y dice “a quién iremos”, no “a dónde” iremos. La vida no precisa de “algo”, sino de “alguien”, necesita un “quién” al que entregarse, en el que establecer la propia morada. Pedro no quiere entregar su vida a nadie que no sea Jesús. Puede encontrar muchos lugares en los que estar, pero su casa es Jesús. Y su casa son también las personas con las que se cruza si las encuentra en Jesús, por eso, hallará en su vida muchos lugares y muchas casas. Y podrá hacerlo porque ha decidido permanecer en Jesús, no abandonarlo, poner en Él su centro. Cuando olvide todo esto, como por ejemplo, en el atrio de la casa del Sumo Sacerdote, la noche de la pasión, el fuego de aquel patio no será el de un hogar para él, sino que se convertirá en el lugar en el que se pierde a sí mismo, porque ha huido lejos del Señor y ha asegurado que no lo conoce.

Después Pedro dice: “Tú tienes palabras de vida eterna”. Resulta interesante la razón que expresa para permanecer con Jesús. No dice: “Tú arreglas todas las cosas, nos das pan gratis, haces milagros…”. Al justificar su decisión, se aferra a algo tan extremadamente frágil como son las palabras. Por esas palabras Pedro está dispuesto a jugarse la vida, a poner toda la carne en el asador. Estas palabras determinan sus opciones, sus acciones, sus sentimientos. Sabe que no puede prescindir de ellas. Y nos enseña una nueva relación con la Palabra. La Palabra no sólo es edificante, no sólo nos alimenta, no sólo nos enseña, sino que es el criterio que determina nuestras decisiones, la brújula que orienta ese “a quién iremos” que necesita nuestra vida.

PARA LA REFLEXIÓN: Recuerdo momentos de mi vida en los que he negado a Jesús, en los que me he puesto yo en el centro. Pido perdón de corazón y siento su perdón… como Pedro.

  1. ¿A quién iremos? Nuestras moradas 

A cada abandono expresado en el apartado anterior proponemos una morada:

  • El sueño de Dios

Nuestro Dios ha soñado un futuro mejor para toda la creación y nadie como Él está tan empeñado en que ese futuro se haga realidad. En esta cuaresma se nos invita a esta morada, a hacer nuestro, nuevamente, el sueño de Dios e invertir en la vida. Invertir creatividad, esfuerzo, ilusión, como lo hizo Dios mismo. Sólo la persona que sueñe será capaz de hacer realidad el sueño de las bienaventuranzas. La que no sueña no vive. Son necesarios grandes y pequeños sueños, mejor si se comparten porque todo lo compartido sale potenciado.

  • La utopía de Jesús: El Reinado de Dios para los pobres y pecadores

Nuestra morada es la utopía de Jesús que fue un perdedor momentáneo, descalificado como “utópico” por quienes mandaban entonces. Su defensa del Reino de Dios le hizo aparecer como blasfemo y subversivo. Su muerte en la cruz fue el precio que pagó por ser fiel a la utopía del Reino, en medio de una sociedad apática e indiferente ante el sufrimiento de las gentes. No soñó despierto sino que, despierto, es decir, sabiendo la que se le venía encima, dijo que había que soñar/esperar el Reino de Dios porque sin utopía y sentido de aventura, llega un momento en que el Espíritu se esfuma.

  • La esperanza crucificada

La esperanza de los discípulos brota de la resurrección de Jesús, con ella estalló la alborada del Reino. El Espíritu del Crucificado se ha derramado sobre la esperanza y ya no podrá ser desalojada jamás, aunque pueda ser momentáneamente derrotada. Esta esperanza no nos garantiza el triunfo en ninguna de las tareas que emprendamos, por muy justas y solidarias que sean. El fracaso de tantas causas justas nos recuerdan que la esperanza cristiana lleva consigo, desde su raíz, las señales de sus derrotas. Nuestra morada es una esperanza crucificada. El impulso del Espíritu ha sufrido un sinfín de quebrantos. Estos fracasos no son una llamada al abandono. Se trataría de ver que, más allá de los golpes que da la vida, hay posibilidad de vivir, en vigor adulto, la opción que un día tomamos con ilusión porque donde hay amor no hay fracaso.

  • La Palabra

El Dios bíblico se revela como el amor que está cerca, que tiene un sueño para la humanidad, que comparte y anda nuestros caminos, que hace de nuestro éxito el suyo, que recoge nuestras lágrimas mezclándolas a su llanto eterno, que se desvive por lo nuestro, que anhela el calor de nuestros abrazos… Este afán de Dios toma rostro, además de en Jesús, en la Palabra. Ella es signo evidente de su presencia en la historia humana. Y es así como debemos llegar a ella, captando la presencia arropadora del Padre. Sentir que la Palabra se hace camino en nuestra propia senda es intuir el corazón que late más allá de sus letras y párrafos. Nuestra morada es la Palabra de Dios que nos acoge y envuelve para conjurar el peligro de la mediocridad y de los “interiores secos”. La vida está preñada por la Palabra, de ella nos nace la certeza de sabernos sujetos de un gran don. El don de ser amadas con la fuerza del Amor, más fuerte que la muerte. Para nuestra vida la Palabra es instancia real de iluminación, no solamente herramienta religiosa. Palabra que se vuelve pregunta y pide respuesta. Palabra para el discernimiento, para el amparo, para el análisis grupal, familiar y personal. Argumento que ilumine, tanto, al menos, como otros argumentos que manejamos.

  • Las víctimas

Una de nuestras moradas de “lujo” son las víctimas que, a su vez, tienen morada en los márgenes. Los márgenes son lugares donde bulle la vida, para algunas personas la mala vida: drogadictos, presos, prostitutas, personas con sida o con otras enfermedades, parados, ancianos en soledad, indigentes que viven en la calle, inmigrantes, desahuciados, los deshechos de la crisis …; los pueblos explotados, machacados, olvidados… Nos acercamos a esta morada con  compasión, con dolor en las entrañas. La compasión es también el ejercicio de la “obediencia debida”, sabiendo que la obediencia está desacreditada en nombre de la libertad. Pues bien, la compasión es obediencia porque hay una autoridad que puede exigirla, es “la autoridad de las víctimas”. Es más, las víctimas revelan la ternura y debilidad de Dios. De esta manera se constituyen en misterio y sacramento de Dios, son una privilegiada zarza ardiente. Dios se ha valido de ellas para darse a nosotras. Aunque sus nombres sean desconocidos  son los nombres que Dios ha escogido para que le reconozcamos. Son los nombres y los rostros de Dios que nos salvan.

  • El futuro

Nuestra morada es el futuro de una vida con Dios dentro. Aún nos late en el pecho el corazón, hay vida dentro. Mientras haya ganas reales de vivir habríamos de anhelar el futuro. Instalarse en el pasado es, en el fondo, no querer vivir. Para creer en el futuro es preciso amar esta realidad a pesar de su “vejez”. Más allá de los avatares de los días podemos tener la confianza de que el Padre nos acompaña, de que nunca nos deja solas. La invitación en esta cuaresma es a participar en lo nuevo, siquiera un poco. Ahí está la clave. Esta sería una buena “conversión”, animarse a lo nuevo teniendo fe en un futuro mejor. Lo importante es no dejarse arrastrar por la rutina vital que no lleva a ningún horizonte. La muerte de Jesús fue una lucha por un “por venir”, por el nuestro. Algo de esto vamos a celebrar en el misterio de su Resurrección.

  • La pasión

La deserción de algunos discípulos la provocó la forma de hablar de Jesús. Habla el lenguaje de la pasión, el lenguaje de la entrega absoluta hasta la muerte, porque la entrega al Reino de Dios es la única pasión que centra toda su persona y todas sus opciones. El discipulado es pasión por Dios y pasión por su Reino. Donde no hay pasión hay adicción. Los vacíos de un corazón que no ama apasionadamente se llenan de adicciones. Adicciones seductoras, con una lista inagotable de disfraces, que crea nuestra sociedad y en las que vamos cayendo. Podemos quedar “enganchadas” en el consumismo, en la queja, la disculpa, la indiferencia…, no se trata simplemente de consumir productos, también de consumir posturas donde lo más importante es el “yo”. Sólo la persona que ama con pasión puede saborear lo que hay ya de vida eterna en la vida cotidiana. Cuando la pasión es fiel, mantenida, constante, es de buena calidad. La pasión de un momento tiene un interrogante encima. Y cuando la pasión se traduce en entrega y generosidad hemos llegado, estamos en casa,  estamos en nuestra auténtica morada, estamos en Jesucristo, “en Cristo Jesús”.

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