Cuaresma
Por: D. Cornelio Urtasun
Que consuelo el de la tentación del Maestro. Ella nos dice que la tentación aun la más horrible y persistente, mientras no se la provoque voluntariamente o se consienta en ella, lejos de indisponernos con el Señor, hácenos ganar, por el contrario, enormemente ante Él. Cuando después de una tentación furibunda nos presentamos quizá avergonzados, ante el Dios tres veces puro y santo, las heridas del combate son el acicate más fuerte para que el Señor nos galardone espléndidamente.
Hemos sido, somos y seremos tentados, hasta el último momento de nuestra vida mortal. La tentación vendrá unas veces brutalmente descubierta, otras, solapadísimamente disimulada. En todo momento nos conviene tener presente el consejo del Apóstol:
“Estad atentos y vigilad”
Un pobre hermano, venido como yo a esta Roma “eterna” y a quien cada día se le ve acercarse al altar, mantiene una intima relación epistolar con una joven muchacha, conocida… con ocasión del ministerio sacerdotal. Un compañero que le quiere con toda su alma y que viene recibiendo hasta la última de sus confidencias, le hablaba palabras muy fueres a propósito de esa correspondencia. El pobre increpado que se ve sin defensa posible y que es el primero en estar teóricamente convencido de la necesidad de “cortar” viéndose cogido en una de las terribles presas de su fiel amigo se defendía a su vez gritando: ¡eres un orgulloso: “qui stat videart ne cadat: el que está todavía de pie que ande con cuidado para no caer!
¿Verdad que es terrible la cosa?
¿Verdad que tú y yo le vamos a decir al Señor cada vez con mayor fervor que “no nos deje caer en la tentación”?