Domingo 31 del T.O. Ciclo C
Por: José Moreno Losada. (Homilética S.T.)
La realidad envolvente de una cultura rápida y eficaz, a la vez de competitiva y mercantil, nos adentra en un ensimismamiento ciego que nos insatisface; deambulamos por el mercado pensando el templo, sustituimos casi sin darnos cuenta a Dios por el dinero, la teología por la economía. Tenemos mucho, pero vivimos poco.
En medio de esta dinámica, sentimos el deseo de parar y buscar por otros caminos, dudamos de lo que estamos haciendo y nos atrevemos incluso a querer subir y otear en otros lares, en otros caminos, porque hemos oído que hay otra forma de vivir, que hay luz y espíritu. Hay profetas que incluso aseguran que se puede vivir mucho más con menos, si te encuentras con la verdad. Pero para ello hay que subir a lo alto, saltar por encima de esta dinámica envolvente, querer salir a respirar fuera. Así lo hacía Zaqueo.
El encuentro es gracioso y la propuesta trastoca, Zaqueo sale a buscar la luz y el espíritu, y el que es la luz le pide que baje a su propia realidad y que se abra en su interior para buscar lo que no está fuera, sino dentro de él mismo. El Señor quiere que él, en libertad total, le acoja, que haga la experiencia de abrirse en lo más profundo de sí mismo, porque es ahí donde está la verdadera imagen de Dios, de donde puede brotar la sanación, la salud que se hacer verdadera alegría.
Eso es lo que sintió al acogerlo en su casa, sintió dentro de el mismo lo mejor que Dios había puesto en su corazón y eso le hizo feliz. No se trataba de ser otro, sino de ser el mismo en lo mejor de su propia entraña. Ahora saltaba sobre el impedimento del prejuicio con que le habían marcado, como un pecador, ladrón, recaudador de impuestos. Y se encontraba con una libertad totalmente nueva, la que le generaba Jesús al entrar en sus sentimientos profundos y compartir compasión, perdón y amor sin límites. Se sentía mirado por el amor de Dios y se descubría así mismo en el ser de Cristo, quería ser como El, estar con El, vivir por El.
El verdadero signo de la conversión y la vida en gracia es la generosidad profunda del ser humano. Cuando una persona se descubre a la luz del evangelio, en la mirada de Cristo, cuando se conoce y se acepta, conociendo y sintiendo los sentimientos de Cristo, entonces la fuerza del Espíritu se hace imparable. La alegría de ese encuentro y ese amor dispara el deseo de ser como él, vivir en su libertad. Uno que se siente empujado a que nada le pueda atar ni detenerse, desea acabar con todos los impedimentos que rompen la armonía de un dominio verdadero. Solo es verdadero dueño de sí mismo el que sabe darse hasta el extremo, solo el que se posee en libertad se puede entregar, dar, hacerse pan partido.
Zaqueo ha sentido como Cristo ha partido su pan, su vida, con él, en su propio lugar, en su propia casa. Al vivirlo ha sentido que su impureza no ha degenerado a Jesús, sino que la luz y la gracia de él, se han impuesto y ha traído la salvación a su casa. Ahora quiere vivir como salvado, sin sentirse condenado ni querer condenar a nadie. Ahora quiere ser motivo de salvación para los otros, porque esa es su mayor riqueza. Salió a buscar algo auténtico y lo ha encontrado dentro de sí mismo al descubrirse junto a Cristo. Ahora tiene en su propia casa lo que buscaba fuera, la luz y el amor. Ahora ya no elige el dinero y la seguridad, ahora ha optado por el riesgo de la vida y del amor, por Dios.