Artículo Blog Núcleo Mujeres y Teología
Por: Chus Laveda. Vida y Paz. Guatemala
En mis paseos en solitario, que no en soledad, por el jardín de mi casa –yo tengo la suerte de tener jardín-, he ido gestando esta reflexión que quiero compartirles ahora. Entre los cantos de los pájaros y los ruidos de los carros, voy haciendo mi propia reflexión. Desde mi jardín veo que la vida sigue adelante: árboles que dan fruto, plantas que brotan sin saber cómo, flores que ofertan su belleza. Y me pregunto si, cuando toda esta situación que ahora vivimos acabe, nuestra propia vida y la de las demás personas, seguirá también adelante.
Pareciera que hoy no se puede hablar de otra cosa más que de la pandemia del Covid-19 que nos está afectando no solo los espacios cotidianos, sino la vida misma. Por todos lados escuchamos y nos lo recuerdan con mensajes, videos, memes… yo me quedo en casa… no salgas a la calle si no es necesario… quédate en casa… Cuídate y cuida a los demás… pero en cuanto reducen las restricciones, todas/os salimos disparadas/os a la calle a seguir haciendo lo de siempre. O nos dedicamos a hacer críticas, sin ofertar ninguna propuesta válida, ni asumir nuestra común responsabilidad en la situación que vivimos.
Hay otros mensajes más de fondo: después de esta experiencia de aislamiento en casa y de tantas cosas que hemos tenido que asumir, aún sin gustarnos, no vamos a ser las/os mismas/os, hemos aprendido la lección, las cosas no van a seguir igual, vamos a darle valor a lo que realmente lo tiene y que hemos descubierto desde la constatación de lo sucedido, no sé si desde el reconocimiento y aceptación de nuestra fragilidad y necesidad de las/os otras/os…
Soñamos con abrazos, encuentros amicales, vuelta al trabajo de cada día, regreso a los estudios. Parece que todo volverá a la normalidad. ¿Qué cosas van a cambiar en nuestra vida y en nuestras relaciones con las/os demás, con nosotras/os mismas/os, qué va a seguir siendo la normalidad? ¿Hemos tomado conciencia de las personas y familias que han quedado sin trabajo, de las que no pueden comer cada día lo que necesitan?
Porque esta pandemia ha dejado al descubierto tantas carencias, tantas problemáticas que sufren y van a seguir sufriendo muchas personas de falta de trabajo, desnutrición, falta de atención médica adecuada, dolor y muerte, con las que ni siquiera contábamos en nuestras vidas. Esta experiencia de ver la realidad de fuera, ¿nos ha hecho “mirarnos hacia dentro”?.
Cuando decimos dentro, ¿estamos pensando en el espacio físico que componen nuestras casas? Yo pregunto si eso nos ha llevado, realmente, a “entrar en nosotras/os mismas/os” y a tomar conciencia de nuestra realidad como seres humanos y nuestra relación con el entorno, los demás y Dios. Porque podemos estar dentro, pero fuera de nosotras/os mismas/os. Y por qué digo esto, porque la experiencia y el comportamiento de las personas en tantos momentos de este tiempo de confinamiento no han cambiado nada. Seguimos siendo irresponsables, hacemos lo que mejor nos conviene a cada una/o, sin pensar en los demás. Incluso algunos aprovechan la coyuntura para hacer daño a otras/os, aumentando precios, manipular sentimientos, indiferentes a la hambruna que ha provocado llamadas de atención con banderas blancas en las casas denunciando la necesidad de alimentos, aumentando la violencia contra las mujeres, uno de los grupos más vulnerables en esta pandemia.
Estamos dentro… pero vivimos hacia fuera.
Dicen, desde la pedagogía, que para adquirir un hábito se necesita repetir, la misma conducta, al menos veintiún días… llevamos dos meses dentro de casa, reflexionando, dicen, y seguimos viviendo fuera de nuestro ser más profundo.
Pero también es verdad que, y aquí siento que sigue viva la esperanza de un cambio, hay muchas personas que viviendo fuera, están llegando a lo más profundo y humanizador de sí mismas, que les permite reconocerlo y asumirlo como su mejor verdad, su interioridad, desde dentro de sí. Y hemos visto tantos gestos de solidaridad y de entrega de la propia vida.
Esta es la tremenda paradoja que nos permite constatar la complejidad del ser humano, que como dice Pablo, “hago lo que no quiero y dejo de hacer lo que quiero”. Pero para provocar cambios hay que hacer silencio y buscar en nuestro interior mi mejor yo que me permita descubrir esa otra manera de entender la vida y me impulse a cambiar mis valores, mis criterios, mis relaciones con los demás.
Quiero sostener mi esperanza en que otro mundo es posible. Pero tengo la certeza de que solo puede realizarse desde una experiencia profunda y una toma de conciencia honda de quiénes somos y cuál es nuestro sueño de un mundo más humanizado, trabajando por devolver sanación, ternura y fraternidad… desde nuestro mejor “dentro” y proyectarlo en el servicio, la cogida, el respeto a la dignidad de las personas y la tierra y la solidaridad hacia nuestro consciente “fuera”.
Quienes entendemos la vida desde Jesús de Nazaret, sabemos lo que tenemos que hacer y convertir cada día, estemos donde estemos. Recrear, en nuestra propia historia, la historia de Jesús.
Jesús de Nazaret tuvo que hacer su propia experiencia de silencio interior para reconocer dentro de sí a Dios como Padre bueno y a cada ser humano como su hermano. Descubrir el sentido verdadero de la vida, la verdad de Dios y de la persona y ponerse al servicio de ese proyecto de humanización que también llamamos Reino. Entrar dentro, para poder ser fuera.
Dice Javier Melloni S.J.
Hablando de una espiritualidad encarnada, necesaria para los tiempos de hoy, que para ahondar y vivir de esta manera necesitamos tres cosas: Tiempo para silenciarse; escucha de nosotras/os mismas/os y de los demás; y respuesta, acción transformadora de cada persona, de las relaciones, de la madre tierra en dirección al Reino. Transformación de los seres humanos, de la tierra, que todavía está en el exilio, pero que camina hacia su plenitud.
Vivamos desde dentro. Aprendamos y estemos disponibles para esos cambios tan necesarios que decimos, para crecer en humanidad y solidaridad ciudadana, que nos permita, sacar del mal que hoy sufrimos, lo bueno que se esconde en cada una/o de nosotras/os; para que no se quede toda la experiencia dura y mortal, en una afirmación sin sentido de que después de esta pandemia todo va a ser diferente afuera.
Comencemos por ser diferentes cada una/o de nosotras/os. Y si necesitamos más de veintiún días, creo que este coronavirus, nos va a dar la oportunidad.