Domingo Santísima Trinidad.
Por: Ana Cristina Ocaña. I.S. Servi Trinitatis. Madrid
Textos Litúrgicos:
Ex 34, 4-6. 8-9
Sal. Dan 3, 52-56
2Cor 13, 11-13
Jn 3, 16-18
Dios Ama al Mundo
y le Entrega a su Único Hijo
¿Quién podrá escribir que a las almas amorosas, donde él mora, hace entender? ¿Y quién podrá manifestar con palabras lo que les hace sentir? ¿Y quién, finalmente, lo que las hace desear? (San Juan de la Cruz, cántico).
Siempre nos viene bien escuchar de nuevo “tanto ama Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Esta es un gran verdad que nos mueve, que nos enamora, nos transforma para que seamos mejores.
El Padre nos expresa su amor enviándonos a su Hijo, y aquí se hace presente la Santísima Trinidad: “soy tuyo y para ti, y gusto ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti” (San Juan de la Cruz).
En la Santísima Trinidad hay unas relaciones que son de Amor, y todo lo que hace activamente, lo hace por Amor. Pero hoy en día se habla tanto de amor que quizá pierde su originalidad. Amor es lo que Dios nos tiene y Jesús muestra el amor dándonos al Padre, alimenta nuestra esperanza descubriéndonos la misericordia entrañable del Padre. Y por eso se hace a nuestra medida, se junta con nosotros, se hace nuestro amigo. ¿Cómo no abrir de par en par el corazón a la Trinidad, que busca su morada en nuestra interioridad y la convierte en fiesta de comunicación, de adoración y silencio?
San Juan de la Cruz escribió: “Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor”. Y así es como Dios hace siempre. Él “ha enviado a su Hijo al mundo (…) para que se salve” (Jn 3,17) por su vida y amor hasta la muerte en cruz. Amor es dar la vida por los que amamos, es gratuidad y sencillez, vaciarse de uno mismo esperando todo de Dios, ir al servicio del otro que nos necesita, perdernos en Él para recobrarlo al ciento por uno, vivir sin tomar en cuenta lo que vamos haciendo por otros. En definitiva, el amor es lo que hace que nos parezcamos a Dios que es la eternidad ya en medio de nosotros.
Ese amor es el que enciende el Espíritu Santo y hace posible que nos comuniquemos con el Padre y con el Hijo y convierte nuestra interioridad en adoración y silencio. Cuando descubrimos su presencia amorosa, brota la confianza y dejamos que actúe en nuestra vida, saboreando, contemplando sin prisa los dones del cielo.
¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! ¡Oh mis Tres, mi todo, mi eterna bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! (Isabel de la Trinidad).