Por: José Antonio Ruiz Cañamares, sj. Madrid
La Epifanía del Señor 2013
Dios no está en crisis
Recuerdo con mucho cariño que siendo niño mi padre ponía un esportón de cebada al lado de la ventana la noche de reyes. Y yo le obligaba a que añadiera un cubo de agua por si los camellos tenían sed. Enmarcado en el conjunto de la navidad la fiesta de hoy tiene su encanto, sobre todo para los más pequeños.
Evidentemente que pasaron muchos años hasta que me enteré que el nombre litúrgico de la solemnidad de hoy es la epifanía, la manifestación de Dios a todos los pueblos, más allá de las fronteras de Judea y de Palestina.
Vivimos tiempos muy difíciles para la economía de nuestro país. Baste hacer mención de las personas en paro, los que no pueden pagar la hipoteca, etc. La crisis es como una marea negra que cada vez afecta a más personas. Y esto sucede en una sociedad que poco a poco se ha ido secularizando. En donde Dios parece haber desaparecido. Y la juventud, en su mayoría, crece y vive al margen de la fe de sus padres o de sus abuelos. ¿También podemos afirmar que hay crisis de Dios?
La fiesta de hoy nos lanza una buena noticia: Dios no está en crisis. Puede que haya crisis de Dios, pero Él no está en crisis. La epifanía nos avisa de que Dios quiere ser conocido por todos los hombres y mujeres de este mundo, por encima de razas y fronteras. No es que a Dios le gusten los protagonismos, sino que Él sabe, y nosotros que somos creyentes también, que a la persona le falta plenitud de vida cuando vive la existencia de espaldas a Dios, o en ausencia del mismo.
La fiesta de hoy, convertida por la sociedad de consumo en la fiesta del regalo, no nos dice que si no regalamos es que no queremos a los demás, sino que Dios no está de vacaciones, que anda poniendo estrellas en los senderos que las personas transitamos. También en mi camino personal.
Queda de nuestra parte discernir el movimiento y el brillo de las estrellas que nos encontramos, para ver si nos llevan a Dios y a los hombres o nos alejan de ellos. No seamos ingenuos, no todas las estrellas nos conducen a Belén. Encontraremos estrellas que nos conduzcan a lugares vistosos, acomodados y con poder, pero allí no está Dios. Que se nos conceda el don del discernimiento y que sepamos ser estrellas para los demás y conducirlos al encuentro con Dios, que siempre nos salva.