7º Domingo de Pascua. Ciclo C. La Ascensión del Señor.
Por: Rosamary González. Vita et Pax. Tafalla (Navarra).
Echar a Andar cada Día
Esta fiesta nos habla de plenitud; todo se ha cumplido como Jesús ha ido anunciando a sus discípulos: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16, 28).
El círculo se completa; Jesús es enviado por amor, toda su vida ha estado orientada y realizada en el amor, en ser para los y las demás, hasta dar lo más profundo del Ser: la vida. Una vida entregada en plenitud no podía terminar con la muerte, se prolongará junto al Padre y su mensaje de amor seguirá actualizándose a través de nosotros/as, allí donde se viva el Amor, se dignifique la Vida, se trabaje por construir la Paz.
Para celebrar esta fiesta de La Ascensión del Señor, hemos ido siguiendo, de manera especial, la última etapa de su vida. Antes de comenzar la Pascua, Jesús tuvo que dar un paso fundamental como veíamos en el evangelio del Domingo de Ramos: “En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo a Jerusalén”. Esta subida fue el paso definitivo para que todo se cumpliera según la voluntad del Padre. No evitó el dolor que le aguardaba, continuó hasta el final de su vida mirando de frente y posicionándose del lado de los más indefensos: de los que no cuentan, de las mujeres y de los niños, de los enfermos y de las personas marginadas. Eso tenía un precio y lo pagó caro. Hoy lo contemplamos dándonos su bendición y llevado al lado de su Padre. Celebramos pues esta fiesta con gran gozo, sabiendo que Él estará a nuestro lado acompañándonos en la misión que nos encomendó con la fuerza de su Espíritu: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”.
Si queremos vivir fielmente su mensaje, no podemos quedarnos “mirando al cielo”. Continuaremos su misión si nos dejamos habitar por su Espíritu; si contemplamos con los ojos y el corazón abierto el mundo real en el que vivimos. Si no “volvemos el rostro” ante tanta degradación humana, ante tanto despotismo de los poderosos, ante tanta humillación a las personas refugiadas……
María, la madre de los desamparados, cuya fiesta celebramos hoy, nos marca el camino de cercanía, de acogida, de entrega, de disponibilidad total al plan de Dios en su vida. De ella encontramos también la fuerza para echar a andar cada día, para subir a Jerusalén y para ayudar a otros a subir.