4º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C
Por: Dina Martínez. Vita et Pax. Madrid
El mensaje del evangelio (Lc 4,21-30) está muy en sintonía con el de la primera lectura (Jr 1,4. 17-19), los dos textos nos hablan de la misión profética del enviado y la segunda lectura (l Cor 12,31-13,13) nos ofrece un bello texto sobre el amor.
Vamos a recordar el final del evangelio del domingo pasado para entender mejor el texto que leemos este domingo.
Después de una larga andadura por Galilea, Jesús volvió a Nazaret y fue a la sinagoga a compartir con los suyos lo que iba descubriendo en su Vida. Un sábado entró en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro, lo abrió y encontró el texto del profeta Isaías: “el Espíritu del Señor está sobre mi…” al terminar cerró el libro y les dijo: “hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Y todos se alegraron y le manifestaron su admiración.
La palabra había caído en la tierra buena, esa parte del ser humano que no ha sido profanada por los prejuicios, por las ideologías, por los tabúes… Aunque no dura mucho, enseguida surgen las dudas: “¿pero no es este el hijo de José?…”. Los contemporáneos de Jesús, no pueden soportar que uno de sus vecinos les anuncie algo tan maravilloso y enseguida se despierta en ellos, la otra parte del ser humano, esa que está manchada por el recelo, la envidia, la traición… No nos debe extrañar esta reacción porque seguro que nosotros haríamos lo mismo
Vamos a situar este escenario de Galilea en nuestro mundo actual. Estamos en un foro internacional buscando soluciones para cumplir los Objetivos del Milenio antes del 2015. También hemos hablado de la crisis y de las consecuencias desastrosas que está dejando en los diferentes países y de repente, alguien se levanta y nos dice: “Os anuncio el fin del hambre en el mundo, la igualdad de oportunidades para todos los pueblos, la justicia universal… Hoy se cumple este deseo de la humanidad”. ¿Cual sería nuestra reacción ante semejante declaración? Yo creo que sería muy parecida a la que tuvieron los contemporáneos de Jesús: alegría, admiración… seguida inmediatamente de incredulidad, recelo, burla… y nos preguntaríamos ¿de dónde ha salido este loco? Será alguno de esos chiflados del 15M que se pasa la vida en las manifestaciones.
Pero la diferencia es que Jesús no estaba loco, no era un chiflado, era alguien que iba descubriendo su misión en el mundo y sentía la urgencia de comunicarlo.
Jesús reacciona ante la incredulidad de sus compatriotas y defiende su postura con el lenguaje sencillo que empleaba el pueblo y añadió algo que sigue teniendo actualidad dos mil años después: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.
Me encanta ver esa faceta de Jesús tan espontánea y tan humana que lo hace tan cercano a nosotros. Pero también busco conocer a ese Jesús que posee o mejor dicho, que ES, la fuerza de la que nos habla San Pablo en la 2ª lectura, EL AMOR. Ese Amor que siempre ha estado presente en nuestro mundo, el que permitió el encuentro de Elías con la viuda de Sarepta y la curación de Naaman el sirio y que, al llegar la plenitud de los tiempos, se hizo uno de los nuestros en la persona de Jesús.
Sí, el Amor es:
Lo que le llevó a encarnarse y a quedarse 33 años con nosotros enseñándonos a vivir en el día a día desde el Amor
Lo que le movió a anunciar a sus contemporáneos, en la sinagoga de Nazaret, que el Reino había llegado y que él era el enviado de Dios para que la humanidad pudiera alcanzar su plenitud era el Amor
Lo que le llevó a la cruz y a resucitar y a seguir apareciéndose a todos los que le buscamos con la tristeza de María, con la decepción de los discípulos de Emaús o con las dudas de Tomás.
Lo que le lleva a seguir anunciando el Reino en las sinagogas, en las iglesias, en los foros internacionales, en las asambleas de barrio, en los suburbios, en las familias y allí donde alguien busca lo mejor para el ser humano.
El Amor, en la medida en que lo voy acogiendo en mi vida, es:
El que me permite escuchar al profeta en mi vecino, en mi compañera, en mi mujer, en mi hijo, en mi madre…
El que me invita a mirar más allá de la crisis que me priva de mis vacaciones…
El que me ayuda a descubrir la riqueza que me aporta el emigrante…
El que me hace ver en cada ser humano un hermano, un hijo de Dios…
El que me hace gozar y sufrir, llorar y reír …
El que…
Cada un@ podemos seguir añadiendo todo aquello que nos va procurando el AMOR.
Con las montañas y las piedras,
con los pájaros del alba,
te llamaré, Amor a ti.
Con la luna entre las aguas,
con la gacela en el desierto,
te llamaré, Amor a ti.
En la lucha por el Reino,
en la reunión fraterna,
en el cielo de Jesucristo,
te llamaré, Amor a ti.