Domingo 24 del TO – Ciclo C
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
“Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Se referían a Jesús.
Nos bastarían las Parábolas que escuchamos este domingo para comprender quién y cómo es Dios y por qué podemos confiar siempre en Él; también para comprender cómo somos nosotros/as y cómo reaccionamos en nuestra relación con Él y con los demás.
En la primera lectura, del Libro de Éxodo, hemos visto cómo el Pueblo de Israel, que caminaba por el desierto, se había fabricado un ídolo, al que ya estaba adorando, mientras Moisés se comunicaba con Dios en el Monte Sinaí. Confundían al Dios que les había sacado de la esclavitud de Egipto con aquella imagen fabricada por ellos mismos. Dice el texto que Dios se enfada con su Pueblo y dice a Moisés que le va a castigar, pero Moisés intercede, recordando al mismo Dios la Promesa que había hecho de conducirlos hasta la Tierra que les daría en posesión.
En la Parábola que antes llamábamos “del hijo pródigo” nos podemos ver reflejadas/os en cualquiera de los dos hijos. Por una parte, somos capaces de reclamar lo que consideramos “nuestros derechos” para gestionarlos según nuestro criterio. ¿Somos conscientes de que todo nos ha sido dado? Hemos recibido unos “talentos”, unos valores o capacidades para desarrollar y hacerlas fructificar, en beneficio nuestro y de los demás, para “construirnos” como personas y colaborar en el progreso y bienestar de los otros y del mundo en que vivimos. Pero muchas veces somos como el hijo que se marchó y no administramos responsablemente la herencia recibida.
Jesús se sirve de esta Parábola para presentarnos a un Dios diferente del que nos relata el Éxodo, que no quiere castigar sino que siempre espera y mantiene la puerta abierta: es un Padre-Madre que todos los días esperaba al hijo que se fue. Cuando lo ve que vuelve, dice el texto que “se le conmovieron las entrañas y echó a correr a su encuentro, le abrazó y cubrió de besos”… Y no solo se alegra por el regreso y recibe al que ha vuelto sino que organiza una fiesta por ello. Humanamente, podemos entender la Parábola porque conocemos a padres y madres que siempre esperan a sus hijos, alejados del hogar por algunos “sueños engañosos” que les llevaron a donde no hubieran querido…
Pero pensemos en el hermano del alejado, que no se había enterado de su regreso. ¡Qué reacción tan ruin, tan poco filial y tan poco fraterna! Echa en cara a su padre: “…ha venido ese hijo tuyo…” Pero el Padre le invita a tomar conciencia de su realidad: “Todo lo mío es tuyo… pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Este Evangelio puede llevarnos a reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra vida:
“Todo lo mío es tuyo”. A vivir conscientes y agradecidas de la riqueza recibida. Somos responsables de administrarla bien, en favor propio y en favor de los demás.
“Este hermano tuyo”. Ser conscientes de que “todo hombre y mujer es mi hermano, mi hermana”. Somos una sola familia: la familia humana.
“Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio…”. Tenemos un mismo Padre-Madre, que siempre espera, siempre acoge, siempre se alegra cuando volvemos, nos integra de nuevo en la familia y nos recuerda que somos responsables de vivir en fraternidad. Por todo ello, ahora llamamos a esta Parábola la del “Padre Misericordioso”.
Gracias, Jesús, porque viviste como Hijo de un Padre-Madre de toda la familia humana y nos enseñaste a vivir la fraternidad haciéndote Hermano de todos.