Adviento 19
Por: D. Cornelio Urtasun
Toda la Liturgia del Adviento está saturada de ESPERANZA, de una invitación conmovedora por parte de la Iglesia a que todos sus hijos e hijas recobren las más risueñas esperanzas de cara al que ha de venir “a compadecerse de sus pobres”, a “visitarlos en la paz”.
Y, cuánta necesidad hay, cuánto necesitamos robustecer nuestras esperanzas, sobre todo, ahora que vamos al encuentro del Señor. Qué interesante, qué trascendental, que se nos meta hasta los huesos la seguridad, la obsesión de la venida del Señor en la Navidad que se acerca. Cuánto, pero cuánto urge que todos en esos apremios, en esas súplicas, en esas añoranzas de los textos litúrgicos de estos días del Adviento, veamos el anuncio, la inminencia, la soberana inminencia del Redentor que se nos acerca. Que no se trata de literaturas bellas, de arrebatos sublimes de armonías huecas, sino de divinas y tremendas realidades que van a tener lugar entre nosotros, a nuestro alrededor… ¡¡dentro de nosotros!!
Qué bien este canto al Dios de la esperanza, al Dios que vive de esperar y de que le esperen
El Dios de la esperanza va a venir. El Dios de la esperanza quiere que le esperen.
¿No os parece interesante en extremo, que crezca nuestra esperanza en el “Dios de la esperanza” en ruta ya hacia nuestras almas?
Y, a veces, qué descuidada tenemos nuestra esperanza, qué poco le pedimos al Señor que nos la aumente, que nos la vigorice, que nos inunde de ella. ¿Le pedimos que aumente nuestra fe, sobre todo en las tentaciones contra ella? ¿Le pedimos arder en amores hacia Él? ¿Un aumento vigoroso, volcánico, de la caridad para amarle sobre todas las cosas, para quererle con locura?
Pero son pocas las veces que le pedimos de manera consciente y especial que nos haga hombres y mujeres de esperanza recia, profunda. Y claro, el Dios de la esperanza, se encuentra un poco con las manos atadas, al encontrarnos vacíos de “eso” que tanto desea ver en las almas que quiere especialmente visitar.
Sin una esperanza vigorosa, profunda, es imposible “esperar contra toda esperanza”. Sin una esperanza “ciega”, es imposible esperar calmadamente la “hora de Dios”. Sin una esperanza a prueba de bomba, es imposible resistir los terribles machaqueos dispuestos por el Señor para dejar libres de estorbos el camino por donde ha de venir, dejar libre la “casa” que Él quiere exclusivamente habitar. Sin una esperanza “contra toda esperanza” insoportable aguantar al Señor que para escribir derecho no tiene cosa mejor que trazar líneas torcidas. Sin una esperanza en el Dios de la esperanza no se sabe esperarle, no se tiene hambre de su Vida ni sed de Su Luz.
Nunca como en estos días del Adviento, en los cuales la Iglesia nos dice que se acerca paso a paso el Señor, es tan interesante llamar la atención de una manera especial sobre la esperanza.
Viene el Dios de la esperanza. ¡Esperémosle!¡Esperémosle con ilusión! ¿Que no la sentimos? Pidámosela con humildad, con sencillez, con constancia.
Oh Dios de la e s p e r a n z a: ¡Ven! Te e s p e r a m o s