Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
El Espíritu Santo y la Misericordia.
Después de haber vivido con serena alegría la experiencia pascual, contemplando cada una de las apariciones del Señor Resucitado que ha fortalecido nuestra fe y nuestra esperanza con su luz, concluimos hoy esta cincuentena, celebrando la solemnidad de Pentecostés que supone un nuevo impulso evangelizador para toda la comunidad cristiana.
Durante estas semanas hemos leído, reflexionado y seguido paso a paso la actividad misionera de los Apóstoles, anunciando con valentía el kerigma evangelizador: “ESTE JESUS QUE FUE CRUCIFICADO, EL PADRE LO HA RESUCITADO”, hoy nos invita la liturgia a releer el principio de la misma, el acontecimiento fundante que rompió temores, disipó miedos y universalizó a la iglesia naciente. Todos los pueblos, reunidos en aquel momento pudieron maravillarse de toda la obra que había realizado el Espíritu en los corazones de sus fieles y en sus jóvenes comunidades: todos entendían a los apóstoles en su “propia lengua” porque ya conocían el lenguaje del amor.
Quizás sería una sugerencia interesante para nosotras y nosotros hacer también relectura festiva de nuestros recorridos de fe personales, institucionales y hasta eclesiales, con la mirada de nuestros propios “pentecostés” para maravillarnos humildemente de lo que el Espíritu ha ido haciendo en cada persona y en cada comunidad, para admirarla, para agradecerla con la seguridad de que se van realizando en nosotras/os “aquellas mismas maravillas que el Espíritu obró en los comienzos de la predicación evangélica” (cfr.: oración colecta solemnidad de Pentecostés).
No hay duda que este mismo Espíritu “eterno inquieto” en expresión del P. Cornelio, impulsa y suscita actualmente nuevas iniciativas que renueven los corazones y nuestro mundo. El ha inspirado este año la celebración del JUBILEO DE LA MISERICORDIA. En estos tiempos sacudidos por tantos vendavales, por tanta incertidumbre, por tanta violencia, por la ausencia de paz, nos hacía falta hacer experiencia del Dios misericordioso, lleno de ternura, volcado compasivamente hacia la persona humana.
Y este es el Dios que nos manifestó durante toda su vida, Jesús de Nazaret. Él fue acompañado continuamente por la RUAH, que con su femenina delicadeza, estuvo presente en su concepción y nacimiento, al inicio de su vida pública en el Jordán, en el desierto, en su predicación y en su misión liberadora. En El, el Espíritu actuó de manera constante, haciéndole revelar los rasgos de su querido ABBA. El Espíritu estuvo sobre El para ungirlo, enviarlo a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a liberar, a curar, a perdonar.
Y, al final de su vida, tuvo claro Jesús que llegaba el momento de desaparecer porque humanamente somos limitados: no podemos entrar al interior de las personas para lograr su conversión. Es el Espíritu el que puede penetrar en los corazones, guiarlos a la verdad plena y convencer. Por eso Jesús lo prometió a sus discípulos asegurándoles su presencia permanente hasta el fin de los tiempos. Resucitado, lo exhaló sobre ellos -lo había exhalado en la cruz horas antes- y les dio el poder de perdonar, ¡qué gran regalo! Junto con el mandato de dispersarse por el mundo llevando a las gentes el mensaje de salvación.
La invitación ahora para nosotras/as es volver a partir de esta fecunda experiencia pentecostal. Salir de nuestros cenáculos para dispersarnos y hacer llegar a las gentes que nos rodean y a las más lejanas la Buena Noticia que subraya de manera especial este aña jubilar: Dios, rico en misericordia, Dios perdonando sin cansarse, Dios Padre e Hijo, ofreciéndonos generosamente la RUAH para que seamos testigos de su bondad y compasión.
Y al vivir con hondura esta experiencia seamos capaces de reflejarla. De tener gestos de amor misericordioso, de cercanía a los que padecen cualquier carencia material o espiritual. Ocasiones no nos faltan, es cuestión de “no pasar de largo” ante tantas y tan variadas necesidades como se nos presentan día a día.
Ojalá que al finalizar este año y hacer su “relectura”, podamos constatar que el Espíritu nos ha renovado, nos ha hecho más sensibles, más solidarios/as más
MISERICORDIOSOS/AS COMO EL PADRE