Domingo de Pentecostés
Por: José Antonio Ruiz Cañamares sj. Zaragoza
“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor”
Percibo en mí, y en otras personas, poca relación con el Espíritu Santo. De alguna manera es el “olvidado” en nuestra vida espiritual. Y no es que el Espíritu Santo necesite de nuestra oración, somos nosotros los que necesitamos invocarlo: ¡Ven Espíritu Santo!
¿Por qué necesitamos invocarlo? Tres razones fundamentales:
- Por muy fuertes que nos creamos a veces, nuestra condición de criaturas nos hace invocar la fuerza que necesitamos para recorrer el camino de la vida, el camino de seguimiento del Señor Jesús. Las mayores experiencias de Dios suceden cuando al sabernos y experimentarnos en la debilidad percibimos que somos habitados por una fuerza que no es nuestra y que nos hace seguir adelante. ¡Ven Espíritu Santo a fortalecer nuestra debilidad!
- El discernimiento. Discernir no es elegir entre lo bueno y lo malo. Discernir es un proceso en donde entran en juego distintos elementos para elegir entre dos cosas buenas. E intentamos acertar con lo que es la voluntad de Dios para nosotros. Para el buen discernimiento se necesita la luz del Espíritu Santo que ilumine nuestras potencias naturales para acertar en las pequeñas o grandes encrucijadas y decisiones de nuestra vida. Nos jugamos mucho en acertar con lo que es la voluntad De Dios. ¡Ven Espíritu Santo e ilumina nuestro caminar hacia Dios!
- Dios nos quiere en relación y no aislados. Sin embargo, pertenece a la condición humana la soledad. Es la compañera de la vida por muy acompañados que vivamos. El creyente debe vivirse habitado, no por un inquilino, sino por el mismo Dios Espíritu Santo. San Pablo lo deja claro en Rom 8. De no experimentarnos habitados, la soledad se puede convertir en aislamiento y provocar búsquedas no sanas para llenar un vacío interior que nunca acabará de estar satisfecho. ¡Ven Espíritu Santo y habita nuestra persona!
Existe una cuarta razón para invocar al Espíritu Santo. Quizá sea de mayor peso que las anteriores y por esa razón la dejo para el final. Sabemos, y todos estamos de acuerdo, que como varones y mujeres hemos sido creados para amar. Y todos constatamos lo difícil que nos resulta con frecuencia vivir amando con generosidad, a todas las personas y en todas circunstancias. Quien ama gana, vive mejor. El que no lo hace pierde. Cuando experimentemos que nuestro corazón no ama bien, al modo como Dios ama, invocamos desde nuestra oración: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor”. ¡Feliz día de Pentecostés!