Domingo XXV del TO
Por: Anna M. Lithgow. IS. Hermandad de Operarias Evangélicas. Salamanca
Textos Litúrgicos:
Is 55, 6-9
Sal 144
Flp 1, 20-24. 27
Mt 20, 1-16
El Metro de Dios
Hoy, en el Evangelio según Mateo, hemos escuchado la parábola de los trabajadores en la viña.
Nuestra reacción inmediata ante el comportamiento del dueño de la viña es pensar que es injusto porque les da a todos lo mismo. Sin embargo, nadie piensa en los acuerdos previos, simplemente mira por sus intereses y se compara con el último que llega que recibe lo mismo que el que ha trabajado todo el día.
La respuesta final del dueño de la viña es significativa: “¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” Es una pregunta que nos podríamos hacer cada uno de nosotros, ¿envidiamos al que es bueno, generoso, magnánimo, porque pone de manifiesto que nosotros no lo somos? Pero también podemos encontrar la respuesta en la primera lectura de Isaías: “mis caminos no son vuestros caminos, mis planes no son vuestros planes” o, dicho de otra manera: Dios escribe derecho con renglones torcidos.
El metro de Dios no son nuestros méritos, ni todo lo que hacemos, su metro es el Amor, como dice el salmo: Dios es cariñoso con todas sus criaturas, aunque a nosotros no nos parezcan merecedores de ese Amor (los que han trabajado menos).
En el fondo las lecturas nos hacen una pregunta fundamental: ¿Cuál es mi actitud?
Y es importante que hoy nos lo preguntemos porque la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Huyen de sus tierras por la guerra, el hambre, la persecución, se arriesgan a morir en el mar buscando algo mejor y no son bien acogidos, los miramos como desechos humanos. Pensamos que en esta viña en la que vivimos no hay lugar para todos, ni recursos para todos que no podemos acoger a todos los que vienen y que lo único que traen son problemas.
Pues pensemos que son los últimos que han llegado a la viña, que el Señor, cuyos planes y caminos no son los nuestros, tiene pensado para ellos una recompensa similar a la nuestra. Si nos comportamos como los primeros trabajadores estaremos alimentando la envidia, no solo en nosotros, sino en aquellos que nos rodean, que nos observan. Pero otra actitud es posible, podemos ser generosos como nuestro Dios, podemos compartir lo que tenemos, quizás tendremos algo menos, pero todos tendremos suficiente para una vida digna, para caminar juntos en la viña que nos tocado vivir, cultivar y hacer de este pequeño rincón del mundo un lugar mejor para todos.
Hoy podemos ser los primeros y la actitud del dueño nos resulta injusta, pero si somos los últimos pensaremos en su generosidad, en su magnanimidad, en su misericordia, pongámonos siempre en el lugar del último y así podremos vivir la fraternidad y el gozo de ser hijos de Dios.