Evangelio de Mateo13, 44 – 52
“El Reino de los cielos se parece a…”
Y el texto va desgranando lo que parece ser el Reino: un tesoro escondido… una perla muy valiosa… una red llena de peces, de la que se escogerán solo los buenos… por lo que vale la pena venderlo todo y acogerlo. Un Reino que parece, según Jesús, alegra la vida, le da sentido,
Escuchando a Jesús, ¿quién no dejaría todo por acoger ese Reino? Pero a mitad de su relato, parece que se complican las cosas. Dice Jesús: “lo mismo sucederá al final de los tiempos, vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido”.
¿Es que hay trampa, en esto de lo que es el Reino?
Por eso es interesante la pregunta de Jesús: ¿Han entendido todo esto?
Los discípulos dijeron que sí.
Tal vez si nos lo preguntan a cada una/o de nosotras/os responderíamos la mismo. Que sí.
Pero la respuesta no es tan fácil de dar, al menos hoy. A menudo creemos entender, pero nuestra respuesta no está discernida, no logramos alcanzar la hondura del significado del mensaje de Jesús. Necesitamos que nos vayan explicando, apoyando, dándonos la palabra de sabiduría que, como el padre de familias va sacando de su tesoro cosas buenas y cosas antiguas…
Jesús, al hablar del Reino de Dios nos lo regaló en su palabra como una Buena Noticia que nos cambiaría la vida. Y a eso nos invita. A cambiar nuestra vida y contemplarla desde esa óptica nueva descubierta por él en su relación con el Padre Bueno y que ofrece un sentido para nuestro vivir diario.
Venderlo todo, comprar el campo, escoger lo mejor de las redes, significa, al menos para mí, dejar todo aquello que no nos lleva a descubrir, reconocer y acoger las experiencias, las emociones, los valores donde se esconde una vida en plenitud y en igualdad con todos los seres humanos y la creación entera.
Descubro ese tesoro escondido en la acogida del ser diferente del otro y la otra, en la celebración del compartir con el que tiene menos que yo o no tiene siquiera lo que necesita para una vida digna, el partir y repartir el pan con el que pasa necesidad, la mirada misericordiosa, la mano extendida, el detenerme en el camino para curar al malherido, en la defensa de la justicia, en la tarea por la dignificación de las personas y los grupos más vulnerables… Y eso no es fácil de acoger, a veces nos cuesta comprenderlo.
¿Ahí está la trampa? No. Ahí está el secreto: quien descubre esa verdad, quien acoge esa manera de entender la vida, ha descubierto el Reino.
Porque la vivencia del Reino, no tiene que ver con el futuro escatológico, con el más allá, para cuando termine nuestra andadura terrena, sino que ya está en medio de nosotras/os, dando vida y contagiando alegría, al estilo de Jesús. No es teoría, es una invitación a ser vivido en la experiencia de cada día.
También en el hoy que vivimos complicado, doloroso, lleno de muerte y sufrimiento. Tenemos ejemplos. Personas, profesionales que han “vendido” todo lo que tenían, han “dejado” sus mejores bienes como son la familia, su zona de confort y bienestar, sus intereses personales, su propia salud, para atender la necesidad del caído, del enfermo, del necesitado de ternura y curación, y con ello, en la naturalidad del servicio diario, han acogido el sentido profundo de lo que Jesús dije ser el Reino. Estoy segura que, aunque no lo hayan formulado desde una fe concreta, ellos lo han acogido y hecho realidad.
¿Habrán escuchado la pregunta ¿”han entendido todo esto”? No lo sé. Pero han dicho SÍ con sus propias vidas.
Jesús dice al final del relato que los malos, separados, serán arrojados al fuego encendido. No es el estilo de Jesús hablar así. Yo creo que quienes no acogen este modo de entender y encontrar sentido a su vida, son menos felices, ya aquí. Y en esa donación de cada vida, es donde está el verdadero secreto de la auténtica y profunda alegría, de la posesión del tesoro escondido que es el Reinado de Dios (sí, reinado, en activo) “ya aquí” y que no nos puede quitar nadie.
Vale la pena pensarlo, replantear nuestros proyectos de vida, discernir si nos hacen ser felices, plenos y acogedores de esta humanidad compartida a la que estamos vinculados todas y todos en esta aldea común, hoy tan dolida, que es nuestro planeta.