El Señor es el Buen Pastor

Domingo 4º de Pascua, Ciclo A

Por: Luis Betés. Sacerdote. Zaragoza

Jesús es el Señor. El Señor es el Buen Pastor

La resurrección de Jesús, que venimos celebrando durante los cuarenta días pascuales, y que es siempre el centro de nuestras celebraciones en la Eucaristía, pone de relieve el señorío de Jesús sobre la vida y la muerte. Así lo reconoce y proclama Pedro ante la multitud de oyentes. Les recuerda que precisamente aquel, al que condenaron y mataron en la cruz, ha sido rehabilitado por Dios, ha sido devuelto a la vida y ha sido constituido Señor y Mesías. Y les invita, dada la buena acogida de sus palabras, a bautizarse y a convertirse. Invitación que recogimos nosotros el día de nuestro bautismo y que confirmamos con nuestra presencia en la Eucaristía.

El Señor es el Buen Pastor

Con una hermosa alegoría, Jesús reconoce su señorío como el de un buen pastor. Da por supuesto que hay malos pastores. De hecho, muchos de los que han dominado en Israel lo han sido, pero Él va a ejercerlo como un buen pastor que se preocupa y cuida de las ovejas, que no las esquilma y maltrata, que está dispuesto a todo por ellas, para que pasten y caminen y descansen y vivan. Tres cosas subraya Jesús como fundamentales en el ejercicio de su señorío como Buen Pastor: el conocimiento mutuo; él conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, ellas reconocen su voz y hacen caso a su llamada. En segundo lugar subraya la comunicación entre el Buen Pastor y las ovejas; él va delante y ellas le siguen, él les franquea la puerta y ellas entran y salen; él está con ellas y comparte su vida. Pero sobre todo, y en tercer lugar, él vive para sus ovejas, no a costa de ellas, y se desvive por ellas. No como los malos pastores, que las explotan en su propio provecho.

El Buen Pastor da la vida

Naturalmente, el Buen Pastor tiene muy poco que ver con los pastores. De hecho, Jesús se proclama como el Buen Pastor, el único. Los demás solo pueden, y deberían, tomar modelo de su buen hacer. El Buen Pastor es ciertamente un modelo irrenunciable para la Iglesia, para el ejercicio de su misión, de su pastoral misionera. Pero es también un guiño, un rayo de luz, para el ejercicio de toda autoridad. El poder es siempre un servicio, y un servicio para el bien común, que consiste en desvivirse para hacer posible y de calidad la vida de todos los seres humanos. Nunca para explotar a los súbditos, ni aprovecharse del pueblo en beneficio propio, ni esquilmar a los ciudadanos, ni cargar de complicaciones a los creyentes o aprovecharse de la buena fe de la gente sencilla.

 

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