Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A
Por: José Antonio Ruiz Cañamares SJ. Madrid.
Las cacerolas están hechas para durar mucho. “Una silla, bien cuidada, dura más que una persona”, decía un primo de mi padre. Pero las personas no estamos hechas para durar. Desde nuestra fe fuimos creados, no para durar, sino para vivir. Y Jesús nos dijo que Él vino para que tuviéramos vida, y vida en abundancia.
Desde un realismo pagano podemos afirmar que la muerte (en sus múltiples formas de fracaso, enfermedad, dificultades, fin de la vida, etc.) es compañera de la vida. Incluso cuando desaparece de nuestro escenario es como león agazapado que nos alcanza, en alguna de sus dimensiones, cuando menos lo esperamos.
En cuaresma nos preparamos para celebrar con más autenticidad el misterio pascual. El paso de Jesús de la muerte a la Vida. Pero me parece que también es un tiempo precioso para disponernos al milagro: que las “muertes” no elegidas que nos toquen vivir no nos maten, no nos quiten la alegría, la esperanza, el horizonte de sentido… sino que en ellas nos encontremos con Dios y se trasformen en Vida en nosotros.
Esto es un milagro que solo desde la fe en el Señor Jesús se puede producir. Sin negar el realismo de la dureza de la vida, sin dejar de padecerlo, somos invitados e invitadas a que estas “muertes” se conviertan en lugar de paso hacia la Vida. Somos creyentes que es algo mucho mayor que afirmar la existencia de Dios, es vivir de otra manera. No estamos llamados a vivir con Cristo solo el paso de la muerte de este mundo al Reino en plenitud. Que ya es mucho. Nuestra vocación es vivir con Cristo todo tipo de muerte, en el aquí y ahora de nuestro caminar peregrino.
Hay que acoger con agradecimiento el mensaje de Ezequiel: “os infundiré mi Espíritu y viviréis”. Hay que creernos, porque así lo afirma nuestra fe en el Dios trino, lo que San Pablo tiene tan claro: que estamos habitados por el Espíritu de Dios, y es aquí en donde radica el secreto, la fuerza, el dinamismo, que nos hace vivir de otra manera, como hombres y mujeres creyentes.
El evangelio de la reanimación de Lázaro no es recordar que a este hombre se le concedió “una propina” para seguir viviendo unos cuantos años más. La buena noticia es que a Jesús le entristecen nuestras muertes, nuestra falta de plenitud de vida, y nos quiere sacar de nuestros sepulcros. Si esto lo deseamos, y es para desearlo y con mucha fuerza, debemos hacer nuestra la oración del salmista: “desde lo hondo a ti grito, Señor… estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”. Y nuestra súplica es: dame Vida.
Siempre hay tentaciones en la vida de fe. Para los que ya hemos pasado los cincuenta podemos habernos acostumbrado a vivir, o malvivir, en nuestros pequeños sepulcros, en lo que nos impide tener más vida, más alegría, más entrega… Nuestra tentación puede ser “ya no tengo remedio”. Como Marta, nuestro realismo nos dice que Lázaro ya huele mal porque lleva cuatro días muerto. El evangelio nos dice que sí que tenemos remedio. Que el milagro, todavía y siempre, lo puede hacer Jesús en nosotros. Basta tener fe.