El techo del agradecimiento

JUEVES SANTO, La cena del Señor

Por: José Antonio Ruiz Cañamares SJ. Madrid.

El techo del agradecimiento

Muchas cosas de calado celebramos hoy: institución de la Eucaristía y del sacerdocio y día del amor fraterno. Todo en un solo acontecimiento: la Cena del Señor. Nuestro peligro es sabérnoslo ya. Y la realidad de la Cena, como tantas otras de hondura humana y espiritual, nunca acabamos de descubrirlas del todo. Acerquémonos por tanto al misterio de la Cena con “pies descalzos” y con ingenuidad renovada, como si fuera la primera vez.

Muchas aproximaciones se pueden hacer al misterio de la Cena, pero si nos fijamos en las lecturas encontramos dos invitaciones por parte del Señor Jesús. La primera nos la transmite San Pablo: “haced esto en memoria mía” (1Cor 11, 24.25), invitación a celebrar su Cena, la acción de gracias, la Eucaristía. Y la segunda es del Evangelio (Jn 13,15): “también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

Todos sabemos que tanto la Eucaristía como el lavatorio de los pies son la misma realidad teológica aunque contemplada por distinto lado. Yo me atrevo a afirmar que necesitamos primero de la celebración de la Eucaristía para poder vivir en actitud de toalla en la cintura y palangana en mano. Intentaré explicarme.

En la vida de cada uno de nosotros hay cosas que nos desgastan y otras que nos nutren y alimentan. Pararse a discernir lo uno de lo otro es de capital importancia. Por poner solo un ejemplo. Una buena conversación con una amiga nos puede alimentar mucho porque llegamos a experimentar lo que significa escucha, hondura humana y espiritual, proyecto de vida con coherencia, etc. Sin embargo, un encuentro con otra persona en donde se critica a terceros nos desgasta porque saca de nosotros lo peor.

Si algo es Alimento para los creyentes es celebrar la Eucaristía. Nos alimentamos de la Palabra y del Cuerpo del Señor, y eso en comunidad. Aun con el riesgo de homilías que desgasten un poco, la Palabra es la Palabra y el pan es el Cuerpo. Cuando esto se hace con asiduidad (ir a misa entre semana no es “pecado”) vamos notando la transformación que se va dando en nosotros. Sólo desde el agradecimiento de que el Señor es nuestro alimento diario se puede llevar a cabo vivir la vida “lavando los pies a los demás”. Sin la experiencia de que el Señor se pone a nuestro servicio en cada Eucaristía no podemos tener servicio duradero a los demás. La toalla se acaba aflojando y la palangana la acabamos dejando en alguna esquina.

Claro que hay no creyentes que nos aventajan en vivir la vida como servicio. Menos mal que así es. Y claro que el riesgo de atontamiento ante las necesidades humanas se puede dar en personas de “comunión diaria”. De aquí la necesidad constante del discernimiento. La grandeza de la fe en el Dios de Jesús es que es un Dios que primero se pone a nuestro servicio, y gratuitamente sin esperar nada a cambio. No nos movemos debajo de “un techo moral” sino debajo de “el techo del agradecimiento”, dice un compañero de mi comunidad. A esto es a lo que me refería al afirmar que primero necesitamos celebrar la Eucaristía para después poder agarrar la toalla.

Ojalá que la celebración de la Cena del Señor en este Jueves Santo nos haga “sentir y gustar” más de qué va cada Eucaristía, para que podamos “en todo amar y servir”.

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