6º Domingo. TO. Ciclo A
Por: M. Jesús Laveda. Vita et Pax. Guatemala
Dice el libro del Eclesiástico en la lectura de hoy: “Si tú quieres, puedes guardar los mandamientos, permanecer fiel a ellos es cosa tuya…”
Dios nos hace libres para elegir hacer el bien o el mal, la vida o la muerte. Elegir es nuestra responsabilidad.
Reconocer esta manera de actuar de Dios, nos complica un poco la vida. Es más fácil, pensar como si las cosas dependieran solo de Dios. Esta, y otras falsas imágenes de Dios, nos adormecen la conciencia y nos permite hacer responsable a Él de todo lo que nos pasa y lo que pasa en el contexto real en que hoy vivimos.
Y así, invalidamos nuestra propia responsabilidad y justificamos un montón de situaciones injustas que siguen siéndolo, porque no asumimos nuestro papel activo en la construcción de otro mundo posible. Elegir es nuestra responsabilidad.
Si somos creaturas de Dios, creadas a su imagen y semejanza, participamos, de alguna manera, en su ser libre, creador, amoroso, implicado en nuestra humanidad, desde la experiencia humana de Jesús de Nazaret.
Jesús, inaugura un nuevo modo de ser y estar en el mundo, en las relaciones con los demás y en la tarea de la construcción del reino que se expresa en un mundo más digno, justo y solidario, donde son reconocidas todas las criaturas de la creación.
El evangelio de hoy nos dice por boca de Jesús: “Habéis oído que se dijo…. Pero yo os digo”. Y su palabra es dicha con autoridad.
Jesús ha tenido una experiencia profunda de lo que Dios es en verdad. Por eso, para reconocer a Dios, hay que mirar y escuchar a Jesús.
Y Jesús nos habla de un padre bueno, un papaíto, al que le importan todos sus hijos, que sueña con que todos tengan vida en abundancia y sean felices. Ese es su proyecto.
Pero cuenta con nosotros, nos deja libres para elegir bondad o maldad, misericordia o egoísmo. Aquí está nuestro desafío diario. Discernir, para saber elegir bien en respuesta al Padre bueno de todas y todos.
“Pero yo os digo…” La Palabra dicha por Jesús humaniza y coloca a los hermanos por delante de cada uno de nosotros, incluso, por encima de la religión: si tu hermano tiene algo contra ti… deja tu ofrenda en el altar y ve a reconciliarte con tu hermano.
No podemos separar el amor a Dios Padre, del amor a los hermanos. Desde Jesús, son un único mandato, el que lleva la ley a su plenitud.
Y son expresiones del amor que llegan a la profundidad del ser humano. No es una ley de mínimos, sino de máximos, de llevar el amor hasta las últimas consecuencias. Son expresiones plenas del amor. O se ama… o no. Se vive en la verdad… o en la mentira.
“Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no”. Aquí no caben los tibios, ni los “a medias” en la experiencia del amor a Dios y a los hermanos.
Y puede exigirlo, porque depende de nosotros el aceptarlo o no. Ahí está nuestra más honda libertad.
Todo don recibido de Dios, todo lo que somos y tenemos es para ponerlo al servicio de los demás. Y aquello que nos aleja del hermano, la hermana, aquello que nos deshumaniza y pone límites a la sororidad, al cuidado de la casa común, donde habitan sus hijos e hijas, hay que “cortarlo” de raíz.
Hacer uso de las cosas en tanto en cuanto nos ayudan a empujar el Reino, como diría Ignacio de Loyola. La santa indiferencia.
Y, aunque parezca que “perdemos algo de nosotros mismos”, lo recuperamos transformado en vida.
Jesús habla claro. Ahora nos toca a nosotras y nosotros dar una respuesta libre y amorosa al Plan de Dios.