16 Domingo T.O. Ciclo C
Por: Blanca B. Lara Narbona. Mujeres y Teología de Ciudad Real
Gén 18, 3 “: Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo”
Col 1, 25: “Dios me ha nombrado servidor (…) llevar a plenitud la palabra de Dios”
Luc 10, 39-40:“María (…) escuchaba su palabra. Marta (…) afanada con los muchos servicios”
Las lecturas de este domingo nos hablan de escucha atenta al mensaje de Jesús y de servicio entregado a su Reino. Nos hablan de la dinámica de un proceso de madurez espiritual, al que somos convocados en nuestra cotidianidad: “escuchar para servir”.
Dios ha decidido recorrer nuestros caminos, adaptarse a nuestros ritmos y caminar junto a nosotros haciéndose peregrino, migrante en un mundo indiferente hacia los caminantes de pies descalzos. Pasa una y otra vez delante de nuestra tienda, como pasó ante la de Abrahán, esperando ser invitado a entrar. Pero nuestra ceguera no percibe ni reconoce Su presencia, nuestra sordera no escucha Su voz y nuestra comodidad se resiste a hacerle sitio y servirle.
Nos empeñamos en ser ciegos voluntarios para no verlo entre los despojados, y sordos voluntarios para no escucharlo en los clamores de los sufrientes, porque, escuchar Su llamada nos compromete con la respuesta abierta y generosa de servir, nos compromete a salir de nosotros mismos para centrarnos en el otro y ofrecerle lo mejor de lo que somos y tenemos, para darnos por “desbordamiento” como hacía Jesús.
Pero llegar a sentir el servicio como don, como un modo natural de ser y expresarse es un proceso lento que requiere: tiempo, espacios de intimidad y silencio, y encuentros de escucha atenta con Dios. Encuentros personales, transformadores, en los que, superando la superficialidad hueca de una religiosidad sin sustancia que en nada compromete, podamos sumergirnos y abandonarnos en la hondura de Su misterio abrazando Su voluntad.
Solo entonces, podremos “llevar a plenitud su palabra” haciéndola vida, y podremos hacer que el servicio y el amor se hagan uno con Él y en Él.
De servicio entregado y de escucha atenta saben mucho Marta y María. Dos mujeres sencillas, abiertas a la bondad de las palabras de Jesús. Mujeres que abren las puertas de par en par para recibirlo plenamente, como Señor de su casa y de sus vidas. Ambas, igualmente amadas por Jesús, cada una en su singularidad, e igualmente reconocidas por Él.
Ambas, en distintos momentos vitales de un mismo proceso, el de llegar a ser “servidoras de manos contemplativas”, servidoras capaces de unificar la contemplación y la acción, la oración y el servicio, estando con las cosas sin estar en las cosas.
“María tenía que llegar a ser Marta” explica el Maestro Eckhart en su interpretación de este evangelio, por eso dice que: “María se sentó a los pies del Señor y escuchaba sus palabras y aprendía, pues primero estuvo en la escuela y aprendió a vivir.
Pero cuando ya hubo aprendido (…) y recibió el Espíritu Santo, entonces empezó a servir”. Marta, sin embargo, ya “estaba en un estado de virtud madura y firme y en un espíritu libre, liberada de todas las cosas”.
Ya seamos Marta o ya seamos María, estemos en el momento vital que estemos, porque, Dios se ha parado ante nuestra tienda y “nos ha nombrado servidores”: Atrevámonos a ser siervos de corazón atento que escuchamos Su voz en medio de los acontecimientos de nuestra vida; atrevámonos a mirar con ojos contemplativos para percibir Su presencia en lo cotidiano y sencillo, en la necesidad y el sufrimiento; atrevámonos a disfrutar de encuentros con Él y los demás en los que reine la esperanza, la alegría, el servicio y la gratitud; arriesguémonos a tener unas manos contemplativas, siempre dispuestas, capaces de hacer visible esos signos sencillos que nos demuestran que el Reino de Dios está en medio de nosotros.