1º Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Por: Marita Oliver. Vita et Pax – Pamplona
Estamos ante la consigna repetida en cada anuncio de la presencia de Dios empujando la vida: “ésta es la señal”. Las últimas veces que la escuchamos fue en Navidad. La primera promesa va acompañada del memorial del arco iris, y hoy va acompañada del memorial fundacional del Bautismo y lo que de él se deriva, recordándonos el Bautismo como compromiso (1Pe.3,21).
Ésta es la señal, hay un anuncio que se repite, hay un hilo conductor de la vida. Marcos inicia el evangelio con el Jordán, el desierto, Galilea. Todos tenemos un ‘hilo conductor’ de nuestra vida, la cuestión es si descubrimos en él la presencia e impulso del Espíritu. ¿Qué sentimos que empuja nuestra vida?.
En nuestro proceso vital el Espíritu no cesa en su empeño de devolvernos a la vida (1Pe. 3, 18), aunque a veces lo haga empujándonos al desierto (Mc. 1,12). Volvemos a la vida desde lo vulnerable y frágil…, pero en esa vuelta nos refuerza para vivir de lo esencial.
La prueba siempre nos sorprende. En ella descubrimos nuestra fragilidad con nuestras capacidades más escondidas y el para qué más íntimo de nuestra existencia; y es ahí donde se nos invita a estar atentas a los latidos de la vida, por tenues que sean, para ‘sintonizar la señal’ y orientar nuestras decisiones.
En el Evangelio de este primer domingo de Cuaresma, Jesús subraya esa invitación a estar atentos: “Está cerca el Reino, convertíos”. Está cerca, despertemos sensibilidades que nos hagan conscientes de esa cercanía, de lo que pasa a nuestro alrededor y en nosotras mismas, para reconocer la vida abriéndose paso. Y encontraremos en ese ser llevadas al desierto las sendas de la misericordia y la lealtad (Sal. 24, 10).
Somos nosotras y no el Señor quien tiene que acordarse de su misericordia. Posiblemente sea esa la señal y la brújula en el desierto, la misericordia -recibida y ofrecida- que nos capacita para hacer de las pruebas y dificultades lugar de aprendizaje para el cambio.
El inicio de esta Cuaresma puede ser el tiempo propicio para disponernos a que nos instruya en sus sendas, a sensibilizarnos ante las señales de vida y la proximidad cotidiana del Reino. Y poner nuestra confianza en que quien nos impulsa al desierto es el Espíritu de Dios.