Estoy a Tu Puerta y Llamo

Estoy a Tu Puerta y Llamo

Retiro de Adviento 2022
Por: M. Carmen Martín, Vita et Pax. Ruanda

 

ESTOY A TU PUERTA Y LLAMO

 

ADVIENTO es el tiempo litúrgico que nos prepara para celebrar el gesto de amor más grande que nos ha mostrado nuestro Dios: la Encarnación de su Hijo Jesús, por obra del Espíritu Santo, en María, la joven de Nazareth.

Cuando hoy celebramos el Adviento y centramos nuestra atención en la espera y la preparación de la venida de Jesús, miramos hacia atrás, hacia aquel acontecimiento sin igual y lo queremos revivir con toda la intensidad. En Adviento nos preparamos para celebrar este hecho decisivo: Dios nos ha visitado, Dios se ha hecho humano, Dios ha venido a vivir nuestra misma vida, Dios ha entrado en nuestra historia y ha abierto un camino de liberación, Dios ha hecho suya nuestra debilidad.

A su vez, el tiempo de Adviento es también para celebrar y abrirse a la venida constante de Dios, de Jesús, a nuestras vidas y a la vida de la humanidad. Porque Dios viene ahora.

Además de la venida histórica de Jesús y de la venida cotidiana, también celebramos en el Adviento su venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegue a término nuestra historia y entremos en la Vida de Dios. Por eso, lo que celebramos en Adviento es al Señor que vino, que viene y que vendrá.

Con otras palabras, diríamos que Dios ha llamado, llama y llamará a nuestra puerta. De ahí la invitación a pararnos un poco en medio de nuestros quehaceres cotidianos y escuchar que están llamando. Nos ponemos en actitud de escucha, como María, antes de recibir la visita del Ángel en la Anunciación. Actitud de escucha, para oír los toques, abrir la puerta y recibir al que nos visita.

  1. DIOS NOS PRIMEREA

“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombre de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).

Zacarías, padre de Juan Bautista, bendice a Dios porque ha visitado a su pueblo en la persona de Jesús, “sol que nace de lo alto”. Adviento es el tiempo propicio para prepararnos a esta visita que brota de la “entrañable misericordia de nuestro Dios”. Juan dirá en su evangelio que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Es Dios quien toma la iniciativa de acercarse a nosotros porque así es el amor verdadero: no necesita ser llamado.

Pero el amor no quiere imponerse. Dios, que es amor, no quiere entrar a la fuerza en nuestra casa, respeta de forma exquisita nuestra libertad, se encuentra a nuestra puerta y llama esperando hasta que le abramos. En palabras del Papa Francisco, Dios nos “primerea”, nos ama primero y viene a nuestro encuentro.

“Primerear”, es decir, salir de sí, involucrarse, descender, despojarse, abajarse…. “Primerear”, desde un corazón misericordioso como el de Jesús, es una gracia de Dios y una tarea para cada una en este Adviento. No nos brota espontáneamente. Por eso, el Adviento es un tiempo propicio para hacer silencio y orar. A veces, el entorno no nos ayuda porque la sociedad de consumo ha convertido la Navidad y el tiempo que la precede en un festival de compra-venta, de cenas y regalos y casi se nos pierde la figura del Jesús que viene en pobreza y sencillez. Por eso, necesitamos hacer un esfuerzo.

Este Adviento me comprometo a primerear con mis compañeras…

  1. LAS VISITAS DE DIOS

Cuando Dios visita a alguien no le deja igual. Las visitas de Dios movilizan, ponen en marcha, hacen camino. El acomodo, la rutina, el pesimismo… son signos de que Dios no nos ha visitado o que no hemos abierto la puerta ni aceptado su visita.

Dios visita a Isabel, la estéril, pone sus ojos en ella y fertiliza la nada, el vacío, lo infecundo y seco y… el desierto florece. Y en su florecer, Isabel se hace acogida.

María, la que acaba de decir sí, la visitada y solicitada por Dios, se pone en marcha inmediatamente. Y su meta es ‘alguien que la necesita’. Su Adviento le lleva a un viaje de Nazaret a Ain Karim, del Norte al Sur.

Las visitas de Dios son algo así como una capacitación para abrir los ojos y ver que a nuestro lado hay gente que nos necesita, como si se nos dijese que nuestras manos son manos para los demás. Las visitas de Dios siempre empujan hacia los otros. Pero no es sólo esto, desde ese momento se crea una especie de cadena con aliento divino, con sorpresa divina, porque cuando yo soy capaz de estar disponible para los demás, los otros descubren, a través de mí, que Dios les visita y pueden saltar de alegría. Así sucedió con María y así quiere Dios que suceda siempre. Tú eres portadora de Dios, Dios sigue visitando a los hombres y mujeres a través tuyo.

Nuestra presencia y nuestras visitas a los demás son la manera que Dios tiene hoy de hacerse presente, de visitar a los hombres y mujeres con necesidad; no manda ángeles ni signos de no sé qué tipo, te envía a ti y en ti se presenta Él. En el Adviento, que es el tiempo de las visitas, es bueno tomar conciencia de la importancia que tiene hacer presente a Dios.

¿Hacia quiénes me voy a dirigir en este Adviento para ser portadora de Dios?

  1. DIOS SIGUE VINIENDO

Este tiempo de Adviento nos recuerda que Dios viene constantemente a nuestras vidas y viene de muchas maneras: a través de los acontecimientos que ocurren lejos y cerca, a través de la naturaleza que nos rodea, a través de las personas con que nos encontramos, a través de nuestro momento personal… Y el tiempo de Adviento es una llamada a estar con los ojos y el corazón abiertos a nuestro entorno, a los que nos rodean, porque en ellos Dios se manifiesta y viene a nosotras.

El Adviento nos invita a preguntarnos: ¿cómo reconocemos a Dios hoy? Él viene también a través de la oración, a través de las personas con las que vivo, a través de la Eucaristía. Dios viene a nosotras cuando le escuchamos en el fondo del corazón, cuando le buscamos en el diálogo, la mayoría de las veces, silencioso. Él viene cuando nos reunimos en su nombre y el Adviento puede ser un momento importante para valorar esta presencia de Dios que quiere fecundar todas nuestras realidades sociales, eclesiales, institucionales…

Para reconocerle, hoy, no esperemos grandes signos o mensajes, por ello, nosotras también podríamos orar, entre sorprendidas y agradecidas, con el discípulo: “Cómo iba yo a imaginar que me esperases junto a las redes y que me preguntases si tengo algo de comer (Jn 21,5). Siempre he esperado que me hagas preguntas más divinas, pero tú eres de lo más normal y estás en lo cotidiano, en las conversaciones más corrientes, Tú eres un Dios imprevisible y genial, con la imaginación suficiente para no repetirte, para ser novedad permanente ¡Gracias!”.

  1. TOQUES EN LAS PUERTAS

Dios sigue tocando a nuestra puerta y este sonido sin palabras llama insistentemente y pide ser escuchado: “Mira, estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Ap. 3,20). Esta fue la experiencia de Zaqueo (Lc 19,1-10). Como es habitual, fue Jesús quien tomó la iniciativa de querer entrar en su casa y, en medio de las críticas de los que supuestamente estaban con él, se quedó a cenar. Jesús se sentó a la mesa de Zaqueo, comió de su pan y bebió de su vino. Zaqueo, aquella noche, quedó seducido por Jesús que le salió al encuentro y le transformó en un hombre nuevo.

Fue también la experiencia de la mujer del perfume (Lc 7,36-50), completamente sumida en la oscuridad, pero ansiosa de salir de su situación. Cuando intuyó que Jesús era capaz de iluminar su vida, no tuvo vergüenza de entrar en una casa de alto abolengo, interrumpir la cena de varones acomodados y, sin decir nada, ponerse a tocar a Jesús, lavarlo, secarlo y perfumarlo. Tanto tiempo con Jesús llevaban los discípulos y ninguno había hecho con Él lo que aquella mujer. Nadie le había manifestado gestos de tanto amor: las manos de esta mujer acariciando sus pies y sus cabellos secándolos despacio. Y Él dejándose hacer.

También Gloria Fuertes escuchó toques en su puerta y ella misma nos lo cuenta en una hermosa oración:

Anda, pasa.
Pasa, anda,
no tengo más remedio que admitirte.

Tú eres el que viene cuando todos se van,
El que se queda cuando todos se marchan.

El que cuando todo se apaga, se enciende
El que nunca falta.

Mírame aquí,
sentada en una silla dibujando…
Todos se van, apenas se entretienen.

Haz que me acostumbre a las cosas de abajo.

Dame la salvadora indiferencia,
haz un milagro más,
dame la risa,
¡hazme payaso! Dios, ¡hazme payaso! (Gloria Fuertes)

Releo el poema de Gloria Fuertes y rezo con él.

  1. PERO ¿QUIÉN ERES TÚ QUE AHORA LLEGAS CUANDO TODO PARECE TERMINAR?

Este es el título de un retiro de Fidel Aizpurúa. No recuerdo el contenido, pero el título me viene muchas veces a la cabeza y ahora, me parece oportuno traerlo aquí y que cada una nos hagamos la pregunta.

Ahora que parece que todo va acabando: el número de nuestros grupos, la salud, las convivencias, las presencias, quizá la ilusión… en esta hora nada fácil, ahora, es cuando Él parece llegar. Y es Ahora cuando Jesús nos dice que siempre es buen tiempo para seguirle, que Él, que tocó a nuestra puerta hace muchos años, sigue tocando, que siempre hay posibilidad de disfrutar de su presencia, que nos sigue amando como en los días de nuestra juventud, que siempre podemos abrir nuestra puerta y crecer en el seguimiento.

Ahora que en nuestra vida aparecen con más claridad las debilidades, las fisuras, las limitaciones, las dudas… ahora viene Jesús en este Adviento a decirnos que aún estamos vivas, que hay caminos, que podemos reorientar nuestras muchas o pocas fuerzas, que hay posibilidad de ahondar y de ser creyente desde nuestro “panorama”, que Él sigue con nosotras, que no se ha ido, que la fraternidad es más posible que nunca.

El que tocó a mi puerta hace ya muchos años sigue tocando, hoy, y le respondo agradecida.

  1. UNA CENA QUE RECREA, ENAMORA Y ANIMA (Ap 3,20)

Y al final de todo, cuando somos capaces de hacer silencio, escuchar los toques, abrir la puerta y hacer entrar al que llega, nos enteramos que Jesús viene para cenar con nosotras. Viene para charlar, reír, compartir y animarnos a seguir. Los amores se expresan y se comparten mejor con una buena comida.

Apocalipsis 3,20 parece tener su fuente de inspiración en el Cantar de los Cantares 5,2, pasaje que narra un encuentro de amor entre el esposo y la esposa. En el cantar de Salomón la esposa se queja amargamente porque al abrir anhelante la puerta de casa, habían desaparecido la voz y la figura de quien ella deseaba. Aquí es justo lo contrario: “estoy a la puerta”. No solamente no desaparece, sino que se hace voluntariamente presente y, como es habitual, toma la iniciativa.

Además, el verbo que utiliza “llamar”, expresa la insistencia de quien quiere ser amado, de quien demanda y mendiga amor y acogida. No solamente no viene a pedirnos cuentas de no sé qué pecados o a criticarnos o juzgarnos, sino que, con infinito respeto llama arriesgándose a la posibilidad de que ni se le escuche, ni se le espere, ni se le abra (como ocurre en el bello soneto de las rimas de Lope de Vega “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”).

La iniciativa de la apertura y de la acogida la deja en nuestras manos: “Si alguien escucha mi voz y abre la puerta”. La entrada en la casa es para cenar, para una relación de disfrute, de compartir, de gozo, de intimidad… Es una relación de corazón a corazón, ya que es una cena en reciprocidad: “cenaré con él y él conmigo”, “cenaré con ella y ella conmigo”. ¡Seguro que hasta trae la cena ya preparada!

Buen provecho. Buen Adviento.

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