Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala.
Bautismo del Señor, Ciclo B
Saboreando todavía el gran Misterio de la Navidad, la ternura del Dios hecho Niño compartiendo nuestra condición humana hasta los últimos detalles, el calendario litúrgico nos sitúa rápidamente ante la celebración del Bautismo de Jesús. Un Jesús que, naturalmente, ha ido pasando día a día por las sucesivas etapas de niñez, adolescencia, juventud hasta llegar a la plena madurez. Tiempo silencioso, oculto, normal, que le ha ido enriqueciendo en los aspectos culturales de su tierra y de su tiempo. Ellos serán, sin duda la observante pedagogía de su predicación.
Hoy lo encontramos ya en el Jordán, uno más en la fila de los que se sienten necesitados de recibir el bautismo y de dar el paso a la conversión a la que invita Juan el Bautista. De nuevo un gesto solidario, humilde, anónimo, queriendo ser de verdad “uno de tantos”. Pero al salir del agua purificadora se encuentra con la gran sorpresa: Dios, su Padre, le hace un gran regalo: Le concede vivir una profunda experiencia de HIJO. No es que Jesús no supiera que Dios era su ABBA pero otra cosa fue, en este momento crucial de su vida, experimentarlo, llegar a tener conciencia plena de ello. El cielo de su corazón se abrió, el Espíritu lo invadió y en él resonó la voz del Padre: TÚ ERES MI HIJO AMADO, MI PREDILECTO.
Fue una experiencia fundante, decisiva, que ocurrió –según Lucas- “mientras oraba”. Para Jesús, estar en continua relación con su Padre, sería algo habitual pero esta vez tuvo una intensidad especialísima que selló su identidad de Hijo para siempre Y, a su vez, le reveló la misión que Dios le confiaba: ser el mensajero de la BUENA NOTICIA
En Jesús se unirían en esta experiencia el gozo de saberse el Hijo amado, el predilecto, y el saberse también el siervo cuya misión tenía que asumir. En su mente y en su corazón resonarían también las palabras de Isaías describiendo de manera directa, la voluntad de Dios, su designio eterno de estar cerca de la humanidad, de cuidarla con delicadeza exquisita, de liberarla de toda opresión para conducirla por los caminos de la justicia y la paz: “El siervo no gritará, no voceará por las calles, no quebrantará la caña cascada, no apagará el pabilo vacilante…” Será liberador, justo, pacífico… Para Jesús fue una misión apasionante que le absorbió por completo y con la que se comprometió hasta las últimas consecuencias.
Para las y los que hoy somos sus discípul@s, y que queremos identificarnos con él, esta escena es fundamental y es importante dedicarle un rato de contemplación. Ciertamente no recordamos nuestro bautismo pero sí sabemos que fue el gran don que recibimos al inicio de nuestra vida. Nunca lo agradeceremos bastante. Pero sí, a lo largo de nuestro camino de seguimiento, habremos tenido experiencias fuertes en las que Dios nos ha manifestado su querer, verdaderas estrellas que brillan en nuestra vida. Ellas han de ser las que mantengan nuestra relación filial con el Padre, y nuestra amistad con Jesucristo. Según Ranher nos va en ello la identidad: “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será”.
Pero unida a estas experiencias, como la otra cara de la misma moneda, está la misión confiada por el Padre a cada uno, a cada una, la misma que confió a Jesús. Siguen existiendo a nuestro alrededor, injusticias que denunciar, derechos a promover, cañas cascadas y pábilos vacilantes que cuidar con delicadeza, ciegos y sordos –y no precisamente físicos- a quienes abrirles los ojos y los oídos del corazón para que puedan ver y oír el clamor de los pobres, los marginados y los excluidos. Y por encima de todo hay una BUENA NOTICIA que anunciar: el REINO DE DIOS, hecho de justicia y gracia, de VIDA y verdad, de amor y de PAZ.