“Escuchad a mi Hijo Amado”
6 de agosto, 2021.
Por: Sagrario Olza. Vita et Pax. Pamplona
Textos Litúrgicos:
Daniel, 7, 9-10.13-14
Salmo 96,1-2.5-6.9
Evangelio: Marcos, 9, 2-10
Celebramos hoy un acontecimiento importante en la vida de Jesús, relatado por los tres evangelistas sinópticos; hoy es día laborable –viernes, este año- pero la liturgia le concede la categoría de Fiesta; quiere decir que también es importante para nosotras/os.
Jesús camina y camina, acompañado por sus discípulos. Les va instruyendo y preparando para ser los continuadores del Mensaje-Buena Noticia que él vino a traer. A ellos les cuesta entenderle aunque les atrae lo que dice y lo que hace.
Le llaman y consideran “Maestro”; Pedro, hacía muy poco que le había reconocido como “el Cristo”, “el que tenía que venir”. Jesús quiere avanzar en su enseñanza y les dice: “Este Hombre tiene que padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, por los sumos sacerdotes y los letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Y les exponía el mensaje abiertamente” (Mc. 8,31-32). Sabemos que Pedro no aceptó esa perspectiva para Jesús… Lo mismo les podía pasar a ellos, sus seguidores… Pedro quiso “cortar aquel discurso” de su Maestro y Jesús le contestó: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc. 8,33)
“Seis días después cogió Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y subió con ellos solos a una montaña alta y apartada. Allí se transfiguró delante de ellos…” (Mc.9, 2-3). ¿Por qué subió Jesús a una montaña alta? ¿Por él o por ellos? ¿Sabía Jesús lo que iba a ocurrir? Jesús solía retirarse a orar, muchas veces subía a una montaña… ¿Necesitaba orar Jesús ante lo que presentía que le esperaba en Jerusalén? ¿Quería fortalecer a los tres que le acompañaban ante los sufrimientos que les había anunciado? Los estudiosos no se ponen de acuerdo o no lo saben…
Los tres acompañantes vieron a Jesús resplandeciente, pleno de gloria, vestido de un blanco deslumbrador… y escucharon aquella voz que les decía: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, escuchadlo”. (Mc.9,7) Pedro, siempre espontáneo, dijo a Jesús que allí se estaba muy bien y que podían quedarse… Pero Jesús inició el descenso de la montaña para seguir camino hacia Jerusalén, pidiendo a los tres que no contaran a nadie lo que habían visto “hasta que este Hombre resucite de la muerte” (Mc.9,9).
¿Qué supone para nosotros/as, cristianas/os, lo que nos cuentan los Evangelios que ocurrió en la montaña? Voy a decir, con sencillez y humildad, lo que me dice a mí:
- Me invita a contemplar, admirar y adorar a ese Jesús pleno de gloria.
- Me llama a escucharle, abriendo los oídos y el corazón, para interiorizar y asimilar sus palabras, que son la Buena Noticia que su Padre, -y Padre de todos/as- le encargó anunciar.
- Me advierte que el “estilo de vida” que propone requiere un esfuerzo; principalmente es una lucha contra lo que hay en mí de negativo para poder vivir más libre de egoísmo y más fraternalmente, poniendo mi grano de arena en la construcción de un mundo más humano.
- Fortalece mi fe y me aporta esperanza. Ese Jesús glorioso es un anticipo del Jesús resucitado. Su vida comprometida y entregada a los demás, defendiendo a los débiles y marginados, perdonando a pecadores, acogiendo a los excluidos, le enfrentó con los que ejercían el poder y todo ello le llevó hasta la muerte. Pero su muerte no fue lo definitivo.
- Creo en ese Jesús, en la Buena Noticia que nos trajo de parte del Padre. Creo en lo que anunció y en cómo vivió. Quiero tener un corazón abierto para escucharle y tener la fuerza de su Espíritu para seguir sus pasos.
- Espero la misma gloria que se manifestó en aquella “montaña alta” porque espero que su Padre, y Padre mío y de todos, también nos resucitará.
Contemplo, adoro, escucho, creo y espero, pero… ¡qué poco consecuentes son mis pasos! Rezo y pido, con el canto de Carmelo Erdozáin:
“Purifícame, Señor, con tu Gracia… Purifícame, lléname, Señor, de Esperanza…
Transfigúrame, Señor, a tu imagen… Transfigúrame , Señor, a la luz de tus palabras…”
También repito, de corazón, unas palabras del Himno de Laudes de esta Fiesta:
“Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti, en tu gloria traspasada…
Más no a mí sola, purifica también a todos los hijos de tu Padre.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.” ¡AMÉN!