Gran Reto el Nuestro

gran reto el nuestro
II Domingo de Pascua. Divina Misericordia.
Por: Francisco Gijon. Escritor. Alicante

Textos Litúrgicos:

Hch 2, 42-47
Sal 117
1Pe 1, 3-9
Jn 20, 19-31

Gran Reto el Nuestro

«Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre».

Juan cierra su Evangelio, el más teológico de los cuatro, con una frase que nos deja con ganas de más, de mucho más, porque más es lo que anuncia. Sin embargo, cierra su texto manifestando que lo hasta ahí contado es suficiente para creer en Él y saber que Jesús fue el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y es así.

Tras el testimonio de Juan comprendemos que la historia completa de Cristo es infinita; que del mismo modo que no muere al morir y no se va al resucitar, tampoco desaparece al dejar de estar entre los hombres. Sigue literalmente vivo en su Iglesia, en su Asamblea, como nos recuerda hoy la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles: «Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones». Porque Jesús sigue vivo en la comunidad, en cada creyente, incluso en cada hombre que lucha hoy por amar y vivir.

En realidad lo que narran los Evangelios podría considerarse la primera parte de una dilatadísima historia de veinte siglos que es la de cada uno de los cristianos de todas las confesiones, sus luchas, sus triunfos, sus heridas… porque en cada uno de nosotros se realiza a diario la historia de Cristo. Esto fue lo que sintieron los primeros cristianos («Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.»), un entusiasmo, una plenitud de hombres y mujeres creyendo obstinadamente en Él y que apasionadamente le amaron.

El Papa Francisco nos invita a recuperar esa esencia de los primeros cristianos entre los que la Asamblea (ἐκκλησία) era Cristo viviendo. Tal fue la voluntad del Señor para todos nosotros; y nos lo advirtió a través de sus parábolas, esencialmente en tres: el hijo pródigo, el publicano en el templo y el buen samaritano. En las tres hay presencia viva de Jesús en sus protagonistas, pero también alejamiento de Dios en los personajes antagónicos.

Seamos el buen samaritano y hagámonos prójimos de nuestros semejantes; seamos humildes de corazón y recurramos al Padre, arrepintámonos cada día de nuestras debilidades pidiendo Su presencia, ayuda y comprensión en nuestras vidas. Alejémonos en fin de convertirnos en el fariseo del templo, el sacerdote y el levita del camino a Jericó y, sobre todo, en el hermano mayor del hijo pródigo. Así y solo así interiorizaremos la Divina Misericordia de Dios que hoy se nos concede.

Porque el Señor, sólo Él, es nuestra fuerza, energía y salvación, en unos tiempos como los actuales se hace apremiante que volvamos a la esencia de nuestra Comunidad. Sólo así pondremos en marcha una “Iglesia en salida”, que es la que ha necesitado el mundo desde hace siempre.

Gran reto el nuestro. El mismo que nos lanzó el Señor antes de irse para no abandonarnos nunca.

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