Por: Paky Lillo. Vita et Pax, Alicante
Relatar una experiencia donde un hecho cotidiano de tu vida se convierte en un Encuentro, sentir cómo tu vida normal se transforma en Sagrada es hablar de un Encuentro con Aquel que sabemos que nos Ama.
Comenzaré como generalmente se comienza un relato: parecía un día de los normales en los que acudes al trabajo, incluso me costaba arrancar de casa, pero se hizo el camino.
El sonido del cerrar de las puertas tras de mí sigue chirriando en mi interior, es un ruido metálico, frio, seco,… que consigue transportarme a ese otro mundo que existe una vez que las traspasas; voy a entrar en un lugar donde se vive la pérdida de un valor añorado “la libertad” y donde se echa de menos “el calor”, “la cercanía”, “el apoyo”,…
Cuando llegué a las dependencias donde suelo atender a los usuarios preparé, no sin cierta rutina, la lista de personas a entrevistar. Al momento tocaron a la puerta y entraron dos sujetos, ambos extranjeros, uno de ellos con más dificultad para expresarse en español, el otro venía con la intención de traducir cuando surgiera la dificultad.
En un momento de la conversación me volví hacia el que iba a ejercer de traductor y lo observé allí parado, en cuclillas, con sus manos agarradas a la esquina de mi mesa y su barbilla encima de ellas, mirándome callado. Le lancé mi pregunta ¿tú no ibas a traducir sus dudas? Y mirándome fijamente me preguntó ¿Vd. puede hacer algo por mí, por él? El momento me incomodó, no supe el motivo en esos momentos, y le respondí: no es esa la cuestión, no es así el funcionamiento; dime cuál es tu problema o necesidad y yo te asesoraré.
A renglón seguido y, mientras me miraba, se levantó sin mediar palabra e hizo ademán de marcharse; lo vi de espaldas moviéndose con lentitud (parecía ir a cámara lenta), sus ademanes dibujaban a una persona cansada, abatida,… no pude resistirme y le pregunté su nombre, al revisar mi lista pude comprobar que estaba incluido y le dije que se sentara que tenía que preguntarle algunas cosas.
Sin dejar de mirarme se sentó y comencé mis preguntas, pero no tardaron en pararme sus ojos, su mirada sin brillo, su expresión inerte, sin vida. Me quedé mirando esa desesperanza que me transparentaba su mirada y le pedí al Amigo de la Vida que enseñara a mi corazón dónde y cómo buscarle allí, en esa vida que tenía delante.
Como un impulso me quité las gafas, abandoné la escritura y mirándole fijamente le dije ¿Qué te ocurre? Me dijo,… no sé, estoy tan solo, he abandonado a mi familia porque les hago mucho daño y comenzó a relatar lentamente su historia. Llegó un momento en el que las lágrimas caían al mismo tiempo que hablaba, eran unas lágrimas silenciosas, esas lágrimas que hablan de dolor hondo, profundo y acudieron a mi mente las palabras del P. Cornelio: “Mi Buen Jesús, hoy quiero hacer algo por Ti”. ¿Qué podría hacer?
Nos quedamos mirándonos durante un espacio de tiempo en silencio: ¿Cómo hacer para contactar con esa vida? Cómo hacer, cómo escuchar. Sólo pedirte a Ti, Amigo, que te mostraras, que me enseñaras a desaparecer para que Tú pudieras aparecer y así encontrarnos en ese espacio de hermandad, de igualdad, de cercanía,…
Y sorprendentemente vi asomarse una mueca de su sonrisa, y en sus ojos “unas chispitas de luz”,… ahí estaba ese Dios que llevaba en su interior, ese Dios cargado de esperanza.
Sí, hoy Dios, ahí, en cuclillas, ante el despiste de mi vivir, me preguntó ¿Puedes hacer algo por mí?