“Haced Discípulos de Todos los Pueblos”
Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Por: Ana Cristina Ocaña.
IS. Servi Trinitatis. Madrid

Haced discípulos de todos los pueblos

 

Textos Litúrgicos:

Dt 4,32-34.39-40
El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.

Sal 32,4-5.6.9.18-19.20.22
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Rm 8,14-17
Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).

Mt 28,16-20
Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, inefable misterio de amor, de comunión y misericordia.

Los once le siguen, van donde Él les indica… escuchan su Palabra, continúan sobrecogidos al saber que vive, que está resucitado y como en los días de su predicación, Jesús le habla con la misma autoridad amorosa.

¿Qué sentimientos tendrían los corazones de los once al dirigirse al monte que Jesús les indicó? Jesús siempre les había dado indicaciones de este tipo: ve a por un pollinoel dueño ya sabe; echad agua en las vasijas... y llevad al mayordomo; repartid el pan y los peces... y se saciaron todos; quitad la piedra del sepulcro… y salió vivo, y así en numerosas ocasiones. Jesús decía y se cumplía. Jesús les indicaba qué debían hacer y después sucedía el resto. Y ahora resucitado, ¿qué querría decir al pedirles que fueran a un monte?

Llegaron y le encontraron, se postraron y en la duda, sus corazones estaban agitados esperando sus palabras.

¡Haced discípulos de todos los pueblos, bautizadlos!

Y se cumplió una vez más: la Iglesia se extendió por el poder de su palabra, por el poder de la Palabra.

Pero no sólo bautizados en su nombre, sino en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. No estarán solos nunca más, estarán con el Padre que les enseña cuál es su voluntad; estarán con el Hijo que como un hermano les guía y acompaña; estarán con el Espíritu que actúa, como una suave brisa, en el corazón de todos los fieles con su obra de amor y misericordia.

Jesús les revela el misterio de la Trinidad, las entrañas de Dios mismo, que se da por entero a esos once hombres temerosos para extender su misterio de salvación desde entonces hasta nuestros días, hasta el fin del mundo.

Les pide: guardad mi palabra, lo que yo os he enseñado, y se sigue repitiendo como una onda expansiva que resuena y resonará en nuestros corazones desde entonces. ¿Qué hemos de temer? Nos ha dicho que estará siempre con nosotros… y tantas veces hemos comprobado que su palabra se cumple…

Padre eterno, danos la gracia de cumplir siempre tu voluntad; Señor Jesús, acompáñame siempre en mi camino de fe, de servicio en el mundo; Espíritu Santo, que mis obras sean el fruto de tu amor.

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