30º Domingo del T.O. Ciclo B
Por Rosa Belda Moreno. Grupo Mujeres y Teología de Ciudad Real
Jeremías 31, 7-9: “Una gran multitud retorna”.
Este texto del Antiguo Testamento es un canto de alegría porque el Señor guía a su pueblo, lo consuela, lo lleva por un camino llano, es un padre amoroso para su pueblo. Al leerlo, no podemos dejar de pensar en los movimientos migratorios que hoy son la gran cuestión política y socioeconómica que aparece en las portadas de todos los periódicos y telediarios. Me pregunto si, ante los “ciegos y cojos, preñadas y paridas” de hoy, somos la gente de aquí, de las zonas de paz, los que nos portamos como padres y madres ante los que están en desventaja, ante los que relatan que “han perdido la vida, el dinero, la casa, el trabajo, la familia”. ¿Imaginamos lo que será vivir en guerra, con las bombas cayendo sobre la cabeza, en un país en ruinas, sin pan ni futuro para los hijos? Creo que no. La llamada es clara e ineludible.
Hebreos 5, 1-6: “Dios es quien llama”.
A todos los que seguimos a Jesús, es el Señor el que nos llama. Con este texto, Pablo recuerda a las comunidades cristianas la necesidad de no ser arrogantes, de no creerse superiores. Nuestro seguimiento es servicio. No entiende de primacías. Pablo dice que todo sumo sacerdote está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios. Les llama a una mayor comprensión, pues ellos mismos están envueltos en debilidades. Desde la humildad es desde donde actuamos. Desde la aceptación de que yo también soy débil es desde donde servimos.
Marcos 10, 46-52: “¿Qué quieres que haga por ti?”.
Las preguntas de Jesús recogidas a través de los siglos en el Evangelio, son impactantes. Parece un buen plan de vida levantarse con esta pregunta de Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti? Unos diríamos: “Que tenga fuerza y paz para hacer lo que toca hoy”, “que sepa transmitirte con alegría al mundo”, “que mi vida sea servicio a los demás”, “que me mantenga fiel a ti y a tu Palabra”. Seguro que muchas de nosotras respondemos así. Es precioso. Tal vez sencillamente, dejarse llevar por la pregunta de Jesús, y responder: “Haz tú, Señor”. En el caso del ciego, la respuesta tiene mucho jugo: “Que pueda ver”. Y es que la toma de conciencia, el contacto con la realidad y conmigo misma de manera plena, es el comienzo de todo camino de Dios. No se hace nada sin mí en mí. “Señor, haz tú y que yo vea”. Amén.