Por: Rafael Torija. Obispo emérito de Ciudad Real
Don Cornelio Urtasun, sacerdote originario de la diócesis de Pamplona, hace ya algunos años nos dejó al emprender la etapa última de su marcha hacia la Casa del Padre. Muy conocido en todos los ambientes eclesiales, sobre todo, entre los sacerdotes y en las asociaciones e Institutos seglares de vida consagrada. Es el iniciador y fundador del Instituto Secular Vita et Pax in Christo Jesu.
Yo le conocí de cerca. Traté con él frecuentemente. Gocé de su amistad. Experimenté su fraternal acogida en repetidas ocasiones… En fin, creo que poseo razones suficientes para afirmar de él que fue “un hombre de Iglesia” y que se manifestó como tal siempre a lo largo de su vida y ministerio sacerdotal; eso sí, sin expresiones llamativas nunca…
Me apoyo al resaltar especialmente el carácter eclesial de Don Cornelio en tres ocupaciones y preocupaciones que estuvieron siempre muy presentes a lo largo de su vida y ministerio:
1. Le ocupó largos años, y con mucha entrega por su parte, la labor de ayuda en la formación y preparación de los que se sentían llamados a ser sacerdotes. Supo poner su trabajo y su ilusión al servicio de una tarea de tanta trascendencia para la vida de la Iglesia: las vocaciones sacerdotales. Él como formador de Seminario ayudó a discernir la posible vocación al sacerdocio de numerosos jóvenes y les acompañó en el largo camino de su formación humana, intelectual, religiosa y pastoral. Siempre cerca de ellos, tratando de cultivar y hacer crecer en ellos la ilusión de responder con generosidad y confianza a la llamada de Dios.
Esa preocupación suya iba luego más allá del Seminario. Trabajó con entrega en la atención y ayuda a sacerdotes, sobre todo, jóvenes. Él percibía con “sentido eclesial” que de la entrega generosa de los sacerdotes a su ministerio depende en buena medida la eficacia de la acción evangelizadora de la Iglesia.
2. Su profundo sentido de Iglesia le llevó desde muy pronto a ver que la presencia y la aportación de seglares comprometidos en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia es indispensable, no sólo necesaria, siempre pero sobre todo en nuestra sociedad actual.
Esta persuasión le llevó a emprender decididamente la tarea de suscitar y de formar a seglares que, sintiéndose llamados por Dios, se decidieran a colaborar con su entrega consagrada, de por vida, a la obra evangelizadora de la Iglesia, en medio de la sociedad, desde sus concretas condiciones de vida personal, profesional y social. En comunión fraterna. En constante ayuda mutua.
De esta persuasión de don Cornelio surgieron varias iniciativas. La principal, la del Instituto Secular Vita et Pax, cuya característica fundamental, a mi juicio, es precisamente su “espíritu eclesial”. Es decir, sentirse parte integrante, miembro de la Iglesia de Cristo y llamado, por tanto, a participar activamente en su obra evangelizadora.
3. Don Cornelio comprendió desde su sólida formación litúrgica que ahí, en la liturgia, sobre todo en el corazón de la liturgia y de toda la Iglesia, que es la Eucaristía, está el fundamento y la razón última de toda vida cristiana.
Por eso, a cuantas personas encontraba en el ejercicio de su ministerio sacerdotal les ayudaba a penetrar en el sentido y el significado que la liturgia y, muy especialmente, la Eucaristía tienen en la vida y en la misión de la Iglesia. A esta necesidad de Eucaristía, de oración, de vida compartida, de espíritu evangelizador que tenemos los cristianos todos, él intentó responder siempre con su ejemplo, pero también con su palabra, como así mismo con sus escritos.
Todo un magisterio: testimonio, palabra, escritos con el que trató de suscitar y mantener vivo en los demás el profundo y afectuoso “sentido de Iglesia” en el que él vivía siempre.
Así veo yo, recuerdo yo, a este ejemplar sacerdote.
¡Gracias, padre Cornelio!