Domingo de la Transfiguración del Señor
Por: Dina Martinez. I.S. Vita et Pax. Madrid
Textos Litúrgicos:
Dan 7, 9-10.13-14
Sal 96
2Pe 1,16-19
Mt 17, 1-9
Irradiar La Nueva Luz
La fiesta de la Transfiguración del Señor constituye un punto central en la revelación del misterio del Hijo de Dios y acontece en el monte como el Sermón de la Montaña y las noches de Jesús en oración a solas.
Para Jesús, el monte, es el lugar de máxima cercanía de Dios como lo muestran las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento y vienen a nuestra memoria los diversos montes de la vida de Jesús: el monte de la tentación, el monte de las bienaventuranzas, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de los olivos o de la angustia, el monte calvario o Gólgota y el monte de la ascensión al cielo. De este modo, el monte desempeña una función simbólica para expresar la subida de Jesús, no solo la externa sino también la interior, su liberación del peso de la vida diaria, su triunfo de resucitado.
El monte es también revelación del misterio del Hijo del Hombre al ser inundada de luz divina su condición humana y escuchan los testigos la voz del Padre que proclama: “Éste es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”. Así los tres discípulos ven resplandecer en Jesús la gloria del reino de Dios y son envueltos bajo la sombra de la nube sagrada de Dios, todo ello expresión del mundo nuevo que ya se hace presente en la persona del Hijo muy querido de Dios. Dejémonos, también nosotros, alcanzar por el resplandor del Resucitado, es decir, por el mundo nuevo que inaugura con su misterio pascual.
Después de la transfiguración del Señor, todo vuelve al mundo concreto. Ya no ven más que a Jesús, el mismo con el cual subieron a la montaña de la transfiguración. Pero hay un cambio radical entre la subida con Jesús antes de la transfiguración y luego la bajada de la montaña con Jesús. La experiencia de la transfiguración cambia la manera como ven su pasión y su cruz, pues saben que resucitará glorioso. También ellos saben que las exigencias que el Señor les ha planteado, duras y desalentadoras en el antes de la experiencia de la montaña, ahora son parte del camino de la gloria que cada uno está llamado a compartir como discípulo y seguidor de Jesús. No es el mundo el que cambia sino el punto desde donde se mira. He ahí la importancia de la transfiguración en el camino de los discípulos de todos los tiempos.
La estrategia evangelizadora se centra en el encuentro personal con Jesucristo vivo. Quien lo vive, experimenta un cambio de giro, una conversión tanto de la mente como del corazón. Dejémonos deslumbrar por el Resucitado si queremos una vida nueva y eterna.
Hoy, somos los cristianos del siglo XXI los que, unidos a Jesús como lo hicieron Pedro, Santiago y Juan, estamos llamados a dejarnos envolver por el resplandor del Resucitado. Pero para que esto sea posible, no olvidemos de subir con frecuencia al monte para escuchar lo que Dios nos dice en el día a día y experimentar la presencia de Dios en nuestra vida y en el mundo. La subida al monte puede ser: retirarnos a un espacio tranquilo de la casa, de la iglesia, de la naturaleza, hacer ejercicios espirituales…, cada uno tiene que buscar el tiempo y el espacio. Esto es absolutamente necesario para liberarnos del peso de la vida diaria y disponernos a escuchar a Jesús que se hace presente en nuestra vida y en la historia. El testigo tiene que sentirse amado, implicado y enviado. Tenemos que irradiar la nueva luz
Sin esta referencia al desaliento que provocan los anuncios de Jesús sobre su destino y sobre las consecuencias que tienen para sus discípulos, no podemos comprender todo el alcance del relato de la transfiguración. La transfiguración es una palabra de ánimo, ya que en ella se manifiesta la gloria de Jesús y se anticipa su victoria sobre la cruz. Tenemos en este relato una completa presentación de Jesús: en Él se manifiesta la gloria de Dios, es el Mesías esperado de Israel que Moisés y Elías, las figuras más descollantes del pueblo elegido, acogen conversando con Él, es el Hijo de Dios al que hay que escuchar. Estamos ante una visión de todo el misterio de Cristo.
Dejémonos también nosotros alcanzar por el resplandor del Resucitado, es decir, por el mundo nuevo que inaugura con su misterio pascual y nos acompaña por el camino, que ya está marcado, pues no hay otro.
“En cada eucaristía, especialmente la del Domingo, volvemos a subir a la montaña santa, guiados por la Palabra, y a experimentar al Señor Jesús, muerto y resucitado, salvación para el mundo. Y, luego, debemos bajar al mundo de los hombres para irradiar la nueva luz que hemos experimentado en el encuentro con el Señor y los hermanos”. Irradiar la Nueva Luz