Domingo 3º del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Por: Dina Martínez. Vita et Pax. Madrid
“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló…”. Así comienza la lectura del libro de Isaías y la del evangelio de Mateo, previstas para este domingo 3º del tiempo ordinario. Por tanto, este debe ser un mensaje importante que hoy nos quiere transmitir la Iglesia.
Vamos a ver qué nos puede decir hoy, a principios del siglo XXI, este anuncio. A simple vista, parece un mensaje que nos descoloca al menos a los que vivimos en el hemisferio norte. Es verdad que estamos viviendo una crisis importante desde hace varios años y la energía también sufre las consecuencias pero, a pesar de eso, nuestras calles, nuestras plazas, nuestras carreteras y la mayoría de nuestras casas siguen estando bien iluminadas hasta el punto que casi no notamos que llega la noche. Seguramente la Palabra de Dios, nos habla de otra luz que es muy importante en nuestra vida porque el texto de Isaías sigue diciendo: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián”.
Ya vemos más claro de qué luz se trata. Una luz que nos permite descubrir a nuestro opresor y el yugo que ha cargado a nuestras espaldas, y la esclavitud a la que nos ha sometido. Esto sí parece que lo estamos sufriendo en nuestros días y para liberarnos de ello, Jesús nos invita a descubrir a Dios que nos ha creado libres y nos quiere felices, viviendo la fraternidad, repartiéndonos el fruto de nuestro esfuerzo, de nuestros éxitos de nuestro saber hacer.
Esta luz no es la que ilumina nuestras plazas, nuestros edificios, nuestras… Esta luz, si la deseamos, la tenemos que buscar en lo profundo de nosotros mismos, porque es allí donde se encuentra.
Escuchamos las llamadas que nos hace la Palabra de este domingo, para que vayan encendiendo esa luz que nos habita y que nos quiere liberar de la oscuridad y de la esclavitud.
En la carta a los Corintios (1, 10-13. 17), Pablo nos invita a la unidad, una unidad responsable y personal, porque los cristianos de Corinto no descubrieron a Jesús en la predicación de los apóstoles. Unos decían ser de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro, otros de Cristo… Es curioso, cada uno eligió su lamparita, se aferró a ella y se olvidó de la luz. Por eso Pablo los interpeló diciéndoles: ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pedro en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Todas son llamadas a la interioridad, a reconocer a Cristo que es la luz de nuestra vida.
Y muchos de nosotros, dos mil años después, seguimos anclados en la misma superficialidad que impedía a los cristianos de Corinto ver la luz. Si analizamos, nuestras opiniones e incluso nuestras opciones en temas de la vida diaria: económicos, sociales e incluso éticos, nos encontramos con actitudes muy parecidas. Por ejemplo, sorprende escuchar la opinión de muchos ciudadanos, en temas tan importantes como pueden ser: la nueva ley del aborto, la reforma laboral, la nueva ley de inmigración…, estar a favor o en contra según el partido político al que pertenecen.
En el Evangelio de Mateo (4, 12-23) Jesús nos invita sin tapujos a la conversión. “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Sí, Jesús nos sigue buscando y pasa por encima de nuestras superficialidades porque nos ama y nos quiere ofrecer un futuro mejor. Si hasta ahora solo hemos descubierto la lámpara, que ya es algo, él quiere que descubramos la luz que es la que nos permitirá identificar el yugo que nos oprime y celebrar nuestra liberación.
Jesús va predicando y se encuentra con dos hermanos que lo escuchan y les dice: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Andrés y Pedro movidos por esa atención de Jesús, lo siguieron directamente como hemos hecho muchos de nosotros en varias ocasiones. Más adelante ve a otros dos hermanos, Santiago y Juan y Jesús los llamó también. El texto nos dice: “inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron también”.
A medida que voy desgranando este pasaje del Evangelio, voy tomando conciencia de la cercanía de Jesús y de lo mucho que nos quiere. No se conforma con anunciarnos el mensaje de su Padre, sino que nos llama, nos coge de la mano y nos dice: vamos a recorrer juntos el camino difundiendo y disfrutando el mensaje del Reino, curando, consolando, escuchando, valorando…
Cada uno de nosotros sabe dónde está en este momento de su vida personal, familiar, comunitaria, eclesial: esperando un trabajo; asimilando un despido; en vísperas de casarse; haciendo las maletas para marchar a misiones; acompañando a un hijo drogadicto; esperando la jubilación; acompañando a sus mayores; disfrutando de la humanidad del nuevo Papa; preocupado por el futuro de la humanidad … Seguro que Jesús pasa a nuestro lado y nos llama para acompañarnos y enseñarnos a vivir la nueva etapa y en algún momento diremos:
“Acreciste la alegría, aumentaste el gozo…”