Domingo II de Cuaresma. Ciclo A.
Por: Cecilia Pérez. Vita et Pax. Valencia.
Comenzando la Cuaresma no me cuesta nada creer que realmente ahora es tiempo de gracia y que ahora es tiempo de salvación porque me veo y me siento Iglesia que peregrina, que camina, que busca inquieta los signos que van marcando un camino que nos va a llevar a la Pascua. Y me digo: pertenezco a un pueblo “nómada” inquieto y buscador, que se sabe portador de una promesa y necesitado de una capacidad de escucha que le mantenga siempre en movimiento.
Tenemos un legado que comienza en los albores de los tiempos y nos exige salir, siempre salir… ¿De dónde, de qué? Y me pongo a pensar y la lista se va alargando con todos mis “mis”: mis seguridades, mis pertenencias, mis apetencias, mis preferencias, mis opiniones, mis sapiencias, y también mis miedos, mis prejuicios…
La palabra dicha a Abraham se me hace presente, actual y personalizada.“Sal de tu tierra”. Carga con tu realidad, pero sal, sal y haz camino que yo voy contigo; y lo mismo da que cojees un poco, que tengas muchas preocupaciones, que los problemas tuyos y del mundo no te dejen dormir bien. Me repito que es verdad que somos bastante calamidades; aunque no importa porque no voy, no vamos solos. Hay una vara y un cayado que nos sosiegan.
Estamos en Cuaresma. Otra Cuaresma, otra invitación, otra oportunidad. Con un norte y un guía que nos lleva de la mano, nos mira y nos habla. En el Hoy de mi vida, de nuestra historia, es día de gozo expresado, de esperanza realizada hecha visión en el monte.
Al signo del camino se une el de la montaña y a éste el de la luz. Y Jesús caminando con nosotros, subiendo él mismo las empinadas cuestas para encontrarse con el Padre, respirando libertad, cercanía, confianza, seguridad.
Pero, Señor, dice el discípulo y podemos decir nosotros, ¡si en lo alto de la montaña estamos tocando el cielo!; quedémonos aquí, porque se está muy bien. Ay, Pedro, qué bien te comprendo frente a esta tentación de asegurar la vida ante esa presencia que nos quiere mostrar el final del camino; pero no, no es posible, no puede haber evasión de tanta realidad que está lejos de ser Reino de Dios; tantos hermanos hipotecados por el sufrimiento, por la injusticia, por el desamor, por el poder; tanto camino por hacer y tanto trabajo por compartir y desarrollar no pueden ser ignorados.
Y es que la realidad de la Transfiguración del Señor es signo de amor y de una ternura especial del Padre y del Hijo con nosotros; es estímulo para vivir la sequedad y aspereza del camino; es triunfo sobre el mal, el dolor, la cruz. Es gozo presente y transformador.
Ahí está el final que es comienzo, su triunfo es nuestro triunfo porque él es El Señor, el Hijo Amado del Padre y siempre va por delante para mostrarnos por dónde y cómo caminar.
El Padre Cornelio Urtasun siempre que nos hablaba de Jesucristo transfigurado añadía “y transfigurador”. ¿Cómo es posible? Y se oye la voz del Padre “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Se trata de eso.