Domingo 4º de Pascua, Ciclo B
Por: Rosamary González. Vita et Pax. Tafalla (Navarra)
Lo he contado en varias ocasiones y, cada vez que evoco la imagen del “buen Pastor”, no puedo menos que recordar con cariño especial a un misionero italiano (padre blanco) al que conocí en un campo de desplazados. Fue en Kiziguro ( Ruanda), en una Eucaristía en la que se celebraba la fiesta del buen Pastor. Veo su rostro, su serenidad en medio de una guerra étnica, su cercanía real con un grupo enorme de gente acampada que iba de norte a sur recorriendo todo Ruanda para que no les mataran. El grupo de misioneros, hombres y mujeres, llevaban más de un año, “viajando” con todas las gentes que se les unía por los caminos, montando y desmontando sus tiendas, acompañándoles en sus dificultades, buscando lo necesario para poder sobrevivir. En definitiva, dándoles esperanza en medio de la desesperación.
¿Por qué lo recuerdo siempre? Porque cambió en lo más profundo de mi ser esa imagen, quizás un poco idílica, que tenía del buen Pastor. Cuando los niños cantaban y bailaban dando gracias al sacerdote y al equipo que les acompañaba, me resonaba el evangelio de ese día de manera diferente. Entendía mucho mejor lo que Jesús decía a los fariseos:”Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas”.
Las personas que tratan de vivir el amor hasta las últimas consecuencias, y son muchas, han tenido que sentir antes lo que nos dice hoy el apóstol S. Juan en la segunda lectura: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos!” Jesús hacía referencia continuamente al Padre, se sentía enviado y amado por Él, y quería revelar a los suyos y hacerles partícipes de ese amor del Padre; les enseñaba a relacionarse con Él, a llamarle Padre y, como consecuencia, a sentirnos hijos e hijas de un mismo Pastor.
Siguiendo con el texto evangélico, hay algo que llama poderosamente la atención y es las veces que Jesús emplea en un párrafo el verbo conocer para definirse como buen Pastor: “conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”. A veces empleamos este verbo con bastante frivolidad, creemos conocer a las personas cuando ni siquiera hemos entrado en relación profunda con ellas; cuando no les hemos dedicado el tiempo ni la atención suficiente. La relación Padre-Hijo nos enseña que es necesario un tiempo de encuentro, de escucha, de diálogo sincero para fundirse en el amor y llegar a la comprensión. Sentirse conocida por Jesús es sentirse amada hasta las últimas consecuencias: ”Yo doy mi vida por mis ovejas”, y no solo por las que están cerca, sino por todas. Seguirá esperando con paciencia hasta salvar a todas y sobre todo a las más alejadas. Y dará la vida desde la libertad porque nadie se la quita.
Vivir el mensaje de Jesús no es fácil; solo desde el AMOR podemos nosotras también hacer el recorrido de la vida al estilo de Jesús: caminar sin miedo, sabiendo que quien nos acompaña y nos da la fuerza, es nuestro Pastor y, con su gran pedagogía, nos muestra cómo ir acompañando, conociendo y amando, de manera especial a quien más lo necesita en la vida sencilla de cada día.