Jesús Enseñaba con Autoridad
Textos Litúrgicos:
Dt 18,15-20
Sal 94
1Cor 7,32-35
Mc 1,21-28
Casi recién estrenado el Tiempo litúrgico llamado Ordinario nos tropezamos con una de las figuras más atrayentes por comprometida, testimonial, veraz y qué sé yo cuántas cosas más con que podríamos calificar la figura del profeta.
El profetismo tuvo un papel primordial en el judaísmo; son inmensas las personalidades de los profetas y aquí, en la primera lectura, que corresponde al libro del Deuteronomio, Moisés promete al pueblo en nombre de Dios, que entre ellos, Él mismo, suscitará quien hablará en su nombre.
Está instituida la misión de mediador, la vocación de portavoz del mismo Señor y no valen excusas: ni “soy muy pequeño”, ni “no sé hablar”, ni “solo soy un cultivador de higos”, ni tampoco el erigirse por propia iniciativa en algo que sirva como prestigio ante los demás.
Es maravillosa la correspondencia con el Nuevo Testamento que nos repite la vocación profética como invitación a escuchar la voz del Señor, en todo tiempo y circunstancia, con apertura de oídos y de corazón.
No endurezcáis vuestro corazón (Sal 94),
Es un imperativo no solo hecho como recuerdo de dos circunstancias del paso por el desierto sino dedicado también a nosotros, si por corazón entendemos el centro de nuestros sentimientos y emociones. La carga simbólica de nuestro corazón la vemos reflejada en este y otros momentos donde la Biblia la hace patente y nos invita incluso a pedir al Señor que cambie nuestro corazón de piedra en corazón de carne.
Y mientras esto se comenta, volviendo a lo central de este domingo, mientras buceamos por la personalidad de quien nos resulta más atractivo por su calidad de vida, por la limpieza y honestidad de sus palabras, por la dureza de su crítica ante la injusticia, que así también se profetiza, esa introspección hacia lo más adentro de uno mismo nos/ o me interpela sobre la propia vocación a ser profeta.
Porque somos un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. Así fuimos investidos de las tres dignidades en el Sacramento por el cual nos incorporamos a Cristo. Somos de Cristo y llamados a dar testimonio de su Vida entregada, de su Misericordia y de su Amor.
Y para ello, lo primero es escuchar la voz del Señor, no hacer oídos sordos a su mandato imperativo de conversión yéndonos incautos tras los cantos de sirena que incitan a la comodidad, a una relajación que impide estar despiertos y a la espera, siempre a la espera.
Es a lo que siempre Pablo me motiva y en este fragmento de la primera Carta a los Corintios donde su discurso anda preocupado entre casados y solteros, me quedo con esa llamada suya a preocuparnos “de los asuntos del Señor” no importa estado o condición. Sabemos bien que, ni más ni menos, ellos nos responsabilizan de los otros.
Desde el texto de Mc 1,21-28
Llegamos, hoy, al texto de Marcos para encontrarnos con ese Jesús que habla y actúa, desde su ser de Dios, con autoridad.
Jesús, refleja y manifiesta su autoridad porque sus palabras convocan a la vida y sus obras la hacen realidad. Es coherente y por ello deja asombrados a quienes le escuchan y contemplan.
Como siempre, la reflexión sobre los textos de la Palabra me invita no solamente a profundizar en el mensaje sino a mi compromiso con él y con quien fue su Autor, el mismo Dios.
La respuesta es muy importante y en su calidad nos va la Vida.
Anoto como palabras clave de este domingo: escucha, anuncio, coherencia. Habrá, sin duda, otras más, aquellas que nos interpelen personalmente.
Jesús Enseñaba con Autoridad