Jesús es el verdadero Templo

Jesús es el verdadero Templo

Por: Sagrario Olza. Vita et Pax – Pamplona.

3º Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Para los israelitas el Templo de Jerusalén era su símbolo nacional y estaban orgullosos de su belleza. Era también, y sobre todo, su centro religioso y cultual: el lugar donde Dios habitaba, donde se le hacían ofrendas y peticiones, se presentaba a los primogénitos…

Para todo israelita, el Templo de Jerusalén era el lugar del encuentro con Dios. Por eso, en las grandes fiestas, subían en peregrinación y lo hacían gozosamente: “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor…!” (Sal. 121).

Durante los años que caminó por el desierto, el Pueblo siempre se supo acompañado por Dios. Los israelitas habitaban en tiendas y el Señor tenía su tienda, la Tienda del Encuentro. Cuando Israel se estableció en la Tierra que Dios mismo le dio, Salomón mandó construir un Templo para él: ahora el Templo sería el lugar del Encuentro.

Pero hasta las cosas más sagradas pueden pervertirse. Eso es lo que pudo comprobar Jesús al subir a Jerusalén, cuando ya estaba próxima la fiesta de la Pascua: los cambistas y comerciantes hacían sus negocios y el atrio del Templo se había convertido en un mercado que poco tenía que ver con el carácter religioso del lugar. No es extraño que Jesús se indignase. “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la Casa de mi Padre” (Jn. 2,16)

Jesús venía anunciando la Buena Noticia: el Reino de Dios está cerca, ya está aquí. Dios es un Padre cercano, todos sois hermanos, no pone cargas pesadas, se preocupa de los más pequeños y necesitados, prefiere la misericordia a los sacrificios, el verdadero culto que podemos ofrecerle ha de ser en espíritu y verdad… “¡Convertíos, creed la Buena Noticia!” (Mc.1,15).

El Mensaje de Jesús poco tenía que ver con el espectáculo del Templo. Los negocios de aquel mercado no facilitaban el encuentro con Dios.

El 2 de febrero celebrábamos la Presentación de Jesús en el Templo. Como era el primogénito, cumpliendo la Ley de Moisés, fue presentado por sus padres. El profeta Malaquías había anunciado: “Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mi… Vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis…” (Mal.3,1). Bien pudo decir el anciano Simeón, al ver entrar en el Templo a Jesús con sus padres: “… mis ojos han visto a tu Salvador…” (Lc.2,29-32). También Ana, que servía en el Templo desde su juventud, “…daba gloria a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel” (Lc.2,38).

Jesús es presentado en el Templo pero, en ese hecho, en ese momento, se cumplen las profecías y es reconocido como el verdadero Templo, como el lugar verdadero del encuentro con Dios.  No es un lugar material, un espacio físico. Es el mismo Dios en persona, Dios encarnado.  Él mismo se lo dijo más tarde a la Samaritana: “Créeme, mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén…” (Jn.4,21-26) 

Jesús es el camino para llegar al Padre… Quien le ve a él ve al Padre… (Jn 14,5-9). Pero Jesús dijo aún más:  “El Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por él.  Así también, el que me coma vivirá por mí” (Jn. 6,57).

Jesús no es sólo “lugar de encuentro”, es nuestro sustento, es nuestra vida. Y ese “encuentro vital” se produce en la Eucaristía. Así, cantamos: “¡Oh sagrado convite donde Cristo se da. Él se da en comida. Memorial de su muerte, manantial de verdad, manantial de vida…!” 

Y todavía más.  Hay otro lugar de encuentro con Dios, otro “sacramento” donde encontramos a Jesús: es el hermano. “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed…” (Mt. 25,35-40). Verdaderamente, nuestro Dios es un Dios cercano. No necesitamos hacer peregrinaciones a tal o cual lugar. Se manifiesta a nuestro lado. Está a nuestro alcance…

     Jesús es el verdadero Templo.

        Jesús es el lugar de encuentro con Dios.

            Jesús es el camino, la verdad y la vida.

                En el hermano encontramos a Jesús. 

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