Domingo 28º del T.O., Ciclo C
Por: Teresa Miñana. Vita et Pax. Valencia.
En el mundo que vivimos, en el mundo presente ¿cuántos enfermos, cuántos parados angustiados nos miran y nos gritan pidiéndonos compasión, para que sintamos la injusticia a la que están sometidos? ¿Cuántas veces volvemos la mirada hacia otro lado y hacemos oídos sordos?
Queremos vivir cada vez más una espiritualidad llamada de “ojos abiertos”, y en este texto evangélico una vez más Jesús se muestra como verdadero maestro. Aquí, Jesús es “el que ve” y “el que oye”
Jesús ve, oye y tiene compasión de los diez leprosos.
Jesús los ve, sabe de su condición de excluidos, de su sufrimiento. Conoce su desaliento.
Los leprosos, desde lejos, le gritan, no se atreven a acercarse, porque su enfermedad no se lo permite, pero tienen fe en EL. Saben que EL puede curarles, puede sanarles, puede salvarles.
Jesús salvador. Ni siquiera hace un gesto de curación. Los leprosos son curados, pero solamente uno, el samaritano, el extranjero, es agradecido y, por lo tanto, además de curado, es salvado.
Los sacerdotes certificarán la curación de los nueve. El samaritano es salvado por Jesús. Jesús lo levanta: Tu fe te ha salvado.
Traigamos la escena a nuestras vidas.
Jesús y nosotros. Jesús y nuestras vidas.
El Señor siempre está a nuestro lado, El es el compasivo, ve en lo más profundo de nuestro corazón, conoce nuestras alegrías y nuestras dolores, de qué enfermedades tiene que curarnos, qué dolores tiene que remediarnos, de qué aspiraciones tiene colmarnos.
Cuánta misericordia y compasión tiene que acrecentar en nosotros para que podamos llamarnos misericordiosos.
Hoy como el samaritano volvemos al Señor agradecidos porque sabemos que del Señor hemos recibido todos nuestros bienes principalmente la fe que nos salva.
Nosotros podemos vivir el agradecimiento porque nos sentimos mirados y escuchados por el Señor. Quienes han encontrado la perla preciosa lo han dejado todo para comprarla porque han constatado que no hay alegría mayor que esa perla que es el Reino y su justicia. Nosotros hemos encontrado esa perla y lo hemos dejado todo para seguir al Señor y esta es nuestra alegría, que nos invade y da sentido profundo a nuestra existencia.
Sabemos de Quién nos hemos fiado y esa confianza hace que ya no vivamos para nosotros mismos sino para los demás, para entregar la misma vida que hemos recibido, para ser un pequeño rayo de luz en este mundo que desconfía del verdadero amor, que es Jesús, donde la indiferencia impide convertirse a la compasión, donde el tener impide ser persona en plenitud.
Agradezcamos nuevamente el evangelio que siempre es nuevo y nos libera de temores y nos proporciona la sabiduría de Dios que es el propio Jesús.