Jonás: el profeta desconcertado
Por: Maricarmen Martín. Vita et Pax. Madrid
Cantábamos hace años una canción en la que nos preguntábamos en dónde estaban los profetas. Es una pregunta muy actual que admite respuestas diferentes: ya no hay profetas, hay muchos, hay pocos… cada persona tendrá sus razones para responder de una manera u otra. Lo que está claro, es que esta Cuaresma se presenta como una buena oportunidad para ejercer, con más empeño, nuestra condición profética, y el libro de Jonás nos puede ayudar a ello.
- El libro de Jonás
Contenido del libro. Nínive, capital de Asiria, era tan grande que hacían falta tres días para cruzarla a pie. El Señor envía a los ninivitas a un tal Jonás, profeta de Israel, con un mensaje que consiste en decirles que su maldad ha subido hasta Él y, por ella, serán sancionados: “dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada”. Jonás empieza huyendo porque, conociendo la bondad de Dios, tiene miedo de que su predicción no se cumpla. Después de algunas aventuras, Dios le devuelve a Nínive para que predique. El profeta no ha caminado ni un solo día y el pueblo ya se ha convertido. Dios anula entonces su decisión de condenar al pueblo. Este cambio supone un drama para Jonás, que ve cómo se verifica lo que él temía: Dios perdona a Nínive y no será castigada. Ahora es mejor que cojamos el libro de Jonás y lo leamos directamente, son cuatro capítulos.
La época de composición del libro. La redacción del libro puede ubicarse en la época del post-exilio, entre los siglos IV y III a.C., cuando el pueblo de Israel vuelve a su tierra procedente del exilio en Babilonia. Ciro autoriza a los judíos desterrados a volver a su patria (Esd 1,1-4). Comienza la lenta restauración del pueblo; el judaísmo se consolida en sus cimientos: la Ley, el Templo y la pureza de la raza. Esta comunidad naciente, que retorna a su tierra, se radicaliza en el nacionalismo. A fin de proteger la pureza de su fe, el judaísmo se afirma frente a los otros pueblos y lo hace insistiendo en sus privilegios y en la intolerancia ante todo extraño.
Por ello, los extranjeros fueron expulsados de la tierra de Israel (Ne 13,1-3) y se promueve el repudio de los matrimonios mixtos, es decir, matrimonios de judíos con extranjeras, justificando el abandono de las esposas (Esd 9-10). El pueblo defiende a ultranza su culto, está obsesionado con la pureza de su religión y se separa de todos cuantos no son judíos.
Este exclusivismo intolerante se produce como respuesta al desprecio con que fueron acogidos en otro tiempo los israelitas pero, sobre todo, se produce porque perciben como un gran peligro para la integridad de su fe y su unidad como pueblo, la introducción de elementos foráneos. Este miedo a la posible amenaza de los no judíos fue degenerando en odio al extranjero.
El libro es una parábola. La mayoría de estudiosos piensan que Jonás no es un personaje histórico. La obra es considerada como un relato sapiencial, es decir, una parábola para enseñar que la misericordia de Dios no tiene fronteras. Dios no quiere ni la intolerancia, ni el racismo. Un autor anónimo, valiente y auténtico profeta, escribe el libro de Jonás para denunciar el exclusivismo y la xenofobia del propio pueblo judío. Asociado a su ballena, aferrados a la literalidad del texto, no se lograba intuir la hondura del mensaje que expresaba. Este libro tan rico ha servido, la mayoría de las veces, sólo como entretenimiento pero en él Dios nos sigue hablando hoy. La grandeza de la Revelación divina no tiene por qué encerrarse solo en relatos históricos; también se manifiesta en escritos poéticos o de ficción.
- Mensaje profético del libro
Anuncia: la misericordia de Dios no tiene límite. La célebre frase: “Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor” era conocida por el mundo bíblico y el mismo Jonás recuerda que él ya la sabía (4,2). Se aplicaba a las relaciones de Dios con Israel pero ahora, y esto es lo sorprendente, se aplica a la relación de Dios con otro pueblo diferente al judío. Y lo más llamativo es que está dirigida a un pueblo pagano, Nínive. Nínive era el símbolo del imperialismo, de la más cruel agresividad contra el pueblo de Dios (cf Is 10,5-15; Sof 2,13-15; Na 2-3). Representa a los opresores de todos los tiempos. A ellos debe encaminarse Jonás para exhortarlos a la conversión y a ellos les concede Dios su perdón. El mensaje profético del libro no es sólo la apertura universalista de la salvación, sino la apertura a un pueblo pecador y violento. Dios ama a este pueblo no como opresor, Dios no justifica la violencia, sino que lo ama con una misericordia sin límite; y este amor posibilita que pueda salir de su maldad y de su pecado. Esta es la novedad y el escándalo del libro. Dios ama también a los pecadores, incluso a las personas o pueblos que de forma sistemática actúan mal contra el pueblo de Dios.
Denuncia: el exclusivismo y la xenofobia. En la persona de Jonás, -que se irrita porque se ha secado una planta de ricino que no había plantado ni hecho crecer con su esfuerzo y reprocha, lleno de disgusto, a Dios su conducta de perdón y misericordia-, se denuncia la postura intolerante y xenófoba del pueblo de Israel. Quiere Jonás, desde su conciencia de pertenecer a “los buenos”, un Dios vengador que haga justicia con Nínive, la gran ciudad opresora. Dios contraría los deseos del profeta y este mal no llega. Jonás no comprende absolutamente nada. Sus expectativas no se realizan, sus esperanzas judías son quebrantadas, no comprende a Dios, está desconcertado… quiere morir. Por el contrario, cuando los ninivitas escucharon la llamada de Jonás a la conversión, al momento se pusieron a ayunar: la iniciativa partirá del pueblo, se extenderá al soberano y también al reino animal. Esta reacción de los ninivitas es sensacional, la ciudad enemiga por excelencia de Israel cree en Dios. La respuesta no fue matar al mensajero, ni refugiarse en sí mismos, ni organizar una evacuación. Lo que organizan es una penitencia colectiva. El profeta, en su mentalidad racista, no quiere captar el bien que hay en los “ateos” y en quienes son diferentes. Soñaba con el fracaso de su misión para que Dios castigara a los “malos”, que bien se lo merecían.
Renuncia: también el profeta necesita convertirse. Jonás cree en Dios, desde luego, pero cree sin sobresaltos. Por eso, cuando al inicio del libro escuchamos la llamada que le dirige (1,1-2), esperaríamos una respuesta positiva, pero no obedece y pone tierra y mar de por medio. Huye, en vez de al este, se va al “lejano oeste”. Pero incluso en su sueño marino Dios lo busca. Dios mismo lo lleva, aún a pesar de la resistencia del profeta, por medio de las alas del viento, de las olas de la tormenta y de la travesía del cetáceo, justo a donde desde el principio Él quería: Nínive. Los caminos de Dios son incomprensibles y, a veces, hasta tortuosos, pero se cumplen. Al final Jonás sí predica y los ninivitas creen en Dios. El enorme éxito alcanzado debió desconcertar grandemente al profeta, que ni por asomo se lo esperaba. El pueblo se convierte pero el profeta aún no se ha convertido. Ha realizado con la boca su misión de predicar, pero su corazón aún no ha cambiado. Para Jonás Dios debería ser menos paciente, más implacable, menos bueno.
- Mensaje profético del libro para esta Cuaresma 2017
Levántate, vete. Salir de la boca del gran pez y caer en las playas de las nuevas culturas no es sólo cuestión de voluntarismo, es misión que viene de Dios: “Levántate, vete a Nínive… y anúnciale el mensaje que yo te indicaré” (1,2; 3,2). Vivimos en un mundo multicolor: distintas lenguas, religiones, razas, culturas… Y en todas ellas, cuando se conocen y se aman a fondo, descubrimos posibilidades y perspectivas insospechadas. Vete a “Nínive”… con los rumanos, los latinos, los árabes, los catalanes, los manchegos, los gitanos, los hutus, los tutsis, los chinos, los quichés, los ladinos, los bahianos… Levántate, ve y proclama. Esto supone un nuevo modo de ser, de estar, de hablar, un nuevo talante. La tentación es huir ante el riesgo de lo diverso, la inseguridad de una misma, el miedo… o atrincherarse en lo conocido, refugiarse en la tarea de mantenimiento, en el calor cultural propio.
Pero la misericordia universal de Dios es un pie que impide atrancar la puerta ante la amenaza de lo diferente. Se nos plantea la superación de los particularismos ya sean personales, de familia, nación, lengua, cultura… No se nos llama a renunciar a nuestra identidad, se nos llama a no ponerla en el centro, a que no sea nuestra última referencia, a descentrarnos. Dios es el centro de nuestra vida y, al mismo tiempo, es nuestra mayor periferia. Ser fieles a Dios nos convierte en peregrinas: sal de tu tierra… Creerse, aunque sea de manera sutil, superiores a los demás imposibilita el diálogo de igual a igual. El resultado es una imparable xenofobia, especialmente dirigida a las personas o pueblos considerados inferiores y, encima, amenazan nuestra seguridad y nuestra abundancia. No es cuestión menor, ni mucho menos. Dios nos necesita disponibles y prestas a la itinerancia y el equipaje cultural que arrastramos puede que sea demasiado pesado.
Profetas en Nínive. Cómo plantearnos la propuesta de anunciar el mensaje a la “ciudad de los opresores”, es decir, a los “malos”. No quiero poner nombres pero seguro que cada una tiene ya algunos en su cabeza. Somos igual que Jonás. Tenemos la misma dificultad que él porque en el fondo pensamos que lo que se merecen es un castigo. El pueblo de Israel había ido tomando conciencia de que Dios premiaba a los buenos y castigaba a los malos y esto se percibía en que los buenos tenían salud y prosperidad económica y los malos enfermedad y precariedad económica. Tener que aceptar en Dios un comportamiento clemente y misericordioso con los opresores de Israel, llevó a Jonás al desconcierto total. El libro nos enseña ya, lo que luego Jesucristo nos dirá con más claridad, Dios ama a los seres humanos, tal como somos, con nuestras grandezas y pecados.
Profetas en la ciudad. Hace falta ser generosas para profetizar al pueblo pobre y humillado, pero hace falta mucha valentía y humildad para hacerlo en la gran ciudad, especialmente, de este primer mundo rico. Cómo hacerlo en las grandes ciudades donde vivimos. Ya no se trata de pensar en los días que se tarda en atravesarla sino en las dificultades para afrontar la evangelización del medio urbano, sobre todo, cuando parece que éste ha tomado el camino de la indiferencia, el consumismo, la acomodación… Sería muy bueno cuestionarnos si sabemos qué está pasando –en los grandes ámbitos en los que se articula la vida social a gran escala: economía, política, ciencia, arte, medios de comunicación, cultura, religión, movimientos sociales…–, si manejamos un suficiente y correcto análisis de la realidad. Pero igualmente sería esencial que nos preguntáramos hasta qué punto también ese análisis de realidad es parte de nuestra experiencia de Dios. Y, sobre todo, no condenar inmediatamente la realidad. Liberarnos de prejuicios. La sabiduría está justamente en ese punto en que dejamos que se manifieste el trozo de verdad que existe en el otro. Las ciudades del mundo son lugares de misión a las que somos enviadas por el propio Dios.
Siempre podremos huir. La huida es una tentación grande y una dinámica humana que muchas personas hacemos con frecuencia. Huimos por miedo, por cansancio, por quitarnos de encima la responsabilidad. Huimos escapando de la rutina o del peso de posibles fracasos. Huimos de muchas formas. No siempre con ausencia física. Huimos con incomunicación, con superficialidad, evitando diálogos necesarios y tareas que nos aguardan… Pero es inútil. Ni un crucero por el mediterráneo nos sirve para despistar a Dios. No se puede huir de la presencia del Señor. Siempre se huye hacia alguna parte, y en todas partes está Él. Él que nos mira con amor y con humor. Dios nos invita a sonreír ante nuestras preocupaciones y huidas porque Él mismo nos mira con irónica ternura cuando, faltas de humor, sufrimos nuestros propios fracasos. El humor de Dios es amor.
La conversión como alternativa real. El desafío es la conversión. Convertirnos pero no por puños, sino como respuesta al perdón gratuito de Dios. Porque nos sentimos amadas, ese amor nos posibilita cambiar y poner nuestra vida en armonía. Pero por desgracia, muchas veces seguimos funcionando con el pensamiento de Jonás: yo peco, como consecuencia, tengo que arrepentirme para obtener el perdón de Dios, es decir, es mi arrepentimiento quien provoca el perdón de Dios. En el primer caso la fuerza salvadora la ponemos en Dios, en su amor y gratuidad; en el segundo, la fuerza la ponemos en nosotras mismas.
La misión de ser profeta nunca se aprende del todo, constantemente estamos en estado de conversión. Se trata, en definitiva, de ajustar el corazón humano, siempre demasiado estrecho, con el corazón de Dios, infinito en su amor y su misericordia universal. El profeta es, la mujer o el hombre, de un corazón distendido, ensanchado, esponjado… No sabemos si Jonás aprendió la lección de Dios. El libro concluye con una declaración divina en forma de pregunta (4,11). Hacia esta pregunta se dirige el libro entero. La pregunta-invitación de Dios sigue abierta y todo hombre o mujer, que sienta la llamada de Dios a ser profeta y lea este libro, debe responderla con su vida.
Profetas en la vida cotidiana. Dios nos llama porque nos necesita, así como suena, Dios necesita nuestra disponibilidad misionera, “levántate y vete…”, aunque respondamos con caídas y deserciones. La llamada de Dios a ser su profeta es “irresistible”. Y, como Jonás, podemos huir o podemos ponernos los auriculares y escuchar a Dios. Dios nos habla a través de este libro de Jonás y nos sigue llamando a salir de nosotras mismas, a “levantarnos” a pesar de nuestras fragilidades y limitaciones e ir a “Nínive”, a acoger a las “diferentes”; a no llevar cuentas del mal; a levantar la mirada hacia el horizonte de la gran ciudad y estar atenta a lo que en ella ocurre; a poner mi dolor en segundo lugar porque el primero lo ocupa el dolor del mundo; a darle otra oportunidad al perdón; a dejarnos desconcertar por Dios… en definitiva, a ser como Él, mujeres-hombres sin fronteras, mujeres-hombres de misericordia sin fronteras.