La clave esencial del amor de Dios, a Dios y en los hermanos y hermanas
Domingo XXX TO. Ex 22,20-26; Sal 17; Ts 1, 5-10; Mt 22, 34-40; Por: Rosa Belda Moreno. Laica. Ciudad Real
La clave esencial del amor de Dios
No oprimir ni maltratar al forastero, no explotar a la viuda y al huérfano… en definitiva, tratar con la dignidad que les pertenece a cada persona que vive en situación de exclusión, de vulnerabilidad. Desde la propuesta del Antiguo Testamento queda clara una cosa: que Dios escucha a quién le pide auxilio; que Dios pide a los que están en mejor posición, que cuiden su trato con quien tiene peor suerte. Y recuerda que nosotros también, los privilegiados, podemos en un momento dado no serlo (“forasteros fuisteis vosotros en Egipto”).
“Señor, tú eres mi fortaleza”. ¡Qué bella oración para cada día! Es la única manera de sostenerse, de vivir cada día en plenitud. Saber que hemos puesto en Él nuestra confianza, que es nuestro refugio, que pase lo que pase, le invocamos y Él nos responde, acogiéndonos incondicionalmente. No es posible poner en práctica el amor que nos pide sin que Él sea nuestra roca, sin reconocer que todo nace de Él.
San Pablo alaba a este grupo de fieles que acogen la Palabra con la alegría del Espíritu. Son un modelo para otros. Sirven al Dios vivo con sus obras, y así, no hace falta reprender, ni dar demasiados sermones. Muy elocuente para ponernos en marcha.
Jesús responde a la interpelación de los fariseos que continuamente le ponen a prueba. Él les dice que el mandamiento principal y primero es: “Amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Y no se queda ahí: “el segundo, es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Tal vez repetirlo una y otra vez nos ayuda a penetrar, a tragar esta opción evangélica que encierra todo lo demás. La clave esencial del amor, que no puede ser abstracto, sino concreto, que se traduce en hacer práctica la idea. Ahí tenemos a los que sufren por tantas causas: enfermedad, pérdidas, sinsentidos. Ahí están los desheredados por causa de la droga. Ahí tenemos a los que huyen de sus lugares de origen y vagan por tierra y por mar a la búsqueda de un mundo mejor. A las mujeres y niños/as que son tratadas como mercancía. A las personas que viven en medio de conflictos, del miedo y el horror de las guerras y violencias interminables. Aquí, allí, en las exclusiones que tienen nombre y en otras que laten en medio de nosotros y pasan desapercibidas. ¿Cómo responder al amor que Dios nos tiene, a su acogida incondicional? ¿Cómo abrir la percepción a las necesidades? ¿Cómo responder al único mandato, que da luz a nuestra existencia? Cada persona que se dice cristiana busca el cómo. Y cuando ha encontrado algunos cómos, busca caminos para mejor servir. No tenemos otra tarea.
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