La cruz es otra cosa

Domingo XXII T.O.

Por: M.Carmen Martín. Vita et Pax. Rwanda.

La cruz es otra cosa

 

“La cruz es otra cosa”

¡Sígueme fue la primera y última palabra de Jesús a Pedro! La gran dificultad de Pedro, como la nuestra, es aceptar la cruz. Hasta la palabra nos parece anacrónica. No es lo que se lleva ahora. Y menos con estos calores agosteños. Pero es aquí y ahora cuando Jesús nos dice ‘toma tu cruz y sígueme’.

No hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia, enfermedad, contrariedad o malestar que se produce en la vida. A veces, llamamos fácilmente ‘cruz’ a todo aquello que nos hace sufrir, por ejemplo, en esta época, a la pandemia que nos ataca. ¡La cruz es otra cosa! Tampoco podemos confundir ‘llevar la cruz’ con actitudes doloristas, masoquistas o victimistas.

La cruz no es nunca el peaje que Dios nos pide por amarnos. ¡La cruz es otra cosa!  Dios no quiere cruces. El rostro del Dios de Jesús no es el de un todopoderoso, sino el de un ‘tododebilidoso’, porque su amor le ha introducido en la debilidad. El Dios de Jesús es un Dios débil. De ahí que el símbolo del amor de Dios no sea el trono sino la cruz. El Dios de Jesús no es el Dios de los triunfadores. Es el Dios de los que entregan su vida por defender la vida de las personas y, humanamente, fracasan.

El mismo Jesús experimenta la proximidad de su muerte como un fracaso, como algo negativo. El trance de la cruz para Jesús supuso que la tristeza, la angustia, el miedo, el abandono y la soledad habitaran su alma. La cruz cuestiona profundamente su esperanza. Con su muerte parecía que también su causa moría. La cruz le arrancaba la vida, pero también pretendía robarle el sentido con el que quiso vivirla: la causa del Reino.

Sin embargo, en esas tinieblas en las que no había nada que amar, Él no dejó de amar y evitó lo más terrible: que la ausencia de Dios se hiciera definitiva. La cruz de Cristo es el lugar en el que se revela la forma más sublime del amor; donde se manifiesta su esencia. Es el acto supremo de fidelidad al Padre y de servicio a su Reino. Amar al enemigo, al pecador, poder estar con él, asumirlo, cortar de raíz la venganza… es obra del amor.

Y Jesús llama a sus discípulos a que tomen su cruz y le sigan; nos llama a que le sigamos fielmente y nos pongamos al servicio de un mundo más humano: el Reino de Dios. Esto es lo primero y principal. ¡La cruz es otra cosa! La cruz no es sino el sufrimiento que nos llegará como consecuencia de ese seguimiento; el destino doloroso que habremos de compartir con Cristo si seguimos realmente sus pasos.

La cruz nunca es un fin, sino una consecuencia del seguimiento, es decir, de una forma de vivir y de estar en el mundo de parte de Dios y su Buena Noticia de liberación; consecuencia de vivir a la manera como vivió Jesús la fe, la vida y la realidad de cada día. La cruz es el sufrimiento que solo podríamos hacer desaparecer de nuestra vida, dejando de seguir a Cristo.

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