Fiesta de la Sagrada Familia
Por: M. Carmen Nieto León. Grupo Mujeres y Teología. Ciudad Real
En las lecturas de hoy descubrimos actitudes hacia la mujer que le atribuyen un rol de crianza de los hijos, claro, también hay que entender que las lecturas aquí descritas están en una época concreta, son signos de unos tiempos. Desgraciadamente lo que se ha considerado como actitudes ejemplares en el comportamiento y tareas de la mujer, siempre han sido a través de los cuidados y lo privado, guardando un papel esencial dentro del hogar, como pilar sustentador de la familia. Hoy día sigue siéndolo, pero vamos avanzado en esa concepción y la mujer, y el varón, van intercambiando roles dentro de la esfera pública y privada.
En el Salmo entiendo que “temer al Señor” es sinónimo de seguirle, de ahondar en su mensaje, en sus actitudes, para lograr una vida feliz que es de lo que se trata, de que toda la Humanidad tengamos una vida llena de amor y con todas las necesidades esenciales de las personas, cubiertas. Pero claro, la Humanidad es imperfecta y en ella no siempre priman los valores que se nos describen en la segunda lectura: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión… partiendo de estas actitudes podríamos convivir desde el amor. Si fuéramos capaces de ponernos en lugar del otro y la otra, seríamos capaces de entender lo que viven el resto de personas que están a mi alrededor.
El apoyo a la otra persona, la preocupación por ella, la corrección fraterna, el agradecimiento… todo eso es lo que nos ha de llevar a una convivencia fraternal, de felicidad. Porque el sufrimiento lo provocamos las personas, y, a veces sin pretenderlo, lo que hacemos es provocar situaciones, con nuestros actos, que son irreversibles para algunas personas. Por ejemplo, el uso de móviles, ordenadores y hasta de coches eléctricos, tan novedosos y recomendables, provoca que en el Congo existan niños y niñas trabajando en minas de coltan desde los 6 años.
Ante estas situaciones de sufrimiento, las personas tendemos a sobrevivir, nadie quiere sufrir, ni que las personas que queremos sufran, por eso hacemos cosas para cambiar nuestras situaciones.
Nuestros hermanos y hermanas de África se juegan la vida y salen de sus casas a otros países, buscando un futuro para ellos y sus familias.
Esto ya lo hizo José, como vemos en el evangelio, cogió a su familia y emigró, tenía miedo de que mataran a Jesús o le pasara algo a María. Esta situación es lícita, la búsqueda de la supervivencia, la ausencia de sufrimiento, lo hemos buscado desde la creación del mundo.
El problema viene cuando los que no sufren, o sufren menos, no son acogedores con sus hermanos y hermanas, no tienen compasión (padecer con), y lo que ven en los que vienen huyendo de esas situaciones son amenazas a su propio bienestar.
No son capaces de ponerse en el lugar de las personas que abandonan sus casas y ponen su vida en peligro, muchos mueren ahogados en el intento, para llegar a lugares donde ellos, quizá también tengan la oportunidad de vivir sin sufrimiento, sin dolor, para vivir felices, que es lo que quiere Dios, que es la promesa del Reino, que es a lo que toda la Humanidad aspiramos…
Hagamos un esfuerzo por ponernos en el lugar de todas las personas que llegan a nuestro país y, a otros países, y acojámosles como Dios quiere, con amor, con ternura, con actitud de ayuda…, porque ellos emigran como lo hicieron José y Maria con Jesús, huyendo del peligro y el sufrimiento. Algo tan lícito y tan humano…