Lealtad en el trabajo
Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Madrid
El inicio del libro del Éxodo nos narra la esclavitud del pueblo de Dios en Egipto y cómo fueron explotados y forzados a duros trabajos por parte del faraón. En el capítulo 5 encontramos la que podríamos llamar primera protesta de directivos de la que habla la Biblia: la de los inspectores. Los directivos de los campos de trabajo estaban divididos en dos categorías: los capataces y los inspectores. Cada uno se va a situar de manera diferente ante el faraón y los trabajadores.
“Son holgazanes”. Estas son las palabras que el rey de Egipto dirigió a sus funcionarios después de su encuentro con Moisés y Aarón, cuando le pidieron en nombre de Yahveh que dejase ir al pueblo tres días al desierto para una celebración. Y, a continuación, da órdenes de fabricar los mismos ladrillos que venían haciendo pero sin disponer de paja para ello, por lo que tienen que salir a buscarla por todo el territorio. Los trabajadores, que ya estaban sometidos a condiciones extremas (1,14), no podían llegar a cumplirlas. Y así sucedió (5,14).
Los capataces, que eran egipcios dependientes del faraón, al no alcanzarse los objetivos de producción, la tomaron con los inspectores de los campos de trabajo, que eran hebreos, hermanos de los trabajadores: “A los inspectores de los israelitas, que los capataces del Faraón habían puesto al frente de aquellos, se los castigó, diciéndoles: por qué no habéis hecho ni ayer ni hoy la misma cantidad de ladrillos que antes” (5,14).
A pesar del castigo recibido, los inspectores no castigaron a su vez a los trabajadores de las fábricas. Eligieron, libre y a un alto coste, ponerse de parte de los trabajadores y de la verdad y desobedecer las órdenes del faraón. Eligieron ser hermanos de los explotados, compartiendo su misma suerte. Así, en lugar de ensañarse con sus compañeros, fueron a protestar al faraón (5,15-16). Como era de esperar, no tuvieron éxito. Se ganaron insultos y arriesgaron sus puestos de trabajo (5,19).
Esto es lo que se gana la mayoría de las veces quienes se ponen a defender a los débiles. Ningún mediador y ningún directivo es un buen inspector si no está dispuesto a que lo asocien con los que defiende y a ser castigado junto con ellos y como ellos. Cargar una misma con los castigos sin descargarlos sobre las personas que tenemos a nuestro cargo es, entre otras cosas, una imagen grande y bella de la caridad cristiana que va mucho más allá de la justicia.
Ni siquiera después del fracaso de su protesta al faraón, los inspectores fueron a desquitarse con los trabajadores. Siguieron ejerciendo su lealtad y se enfrentaron directamente con Moisés y Aarón (5,21). No sabemos hasta dónde puede llegar un acto de verdadera lealtad, ni qué puede suceder en nuestros campos si desobedecemos las órdenes injustas de los faraones y permanecemos fieles a la verdad y a la dignidad de los que trabajan con nosotros. Pero sí sabemos que esta lealtad hace posible que entre el cuadro directivo y los trabajadores se genere esa relación que algunos llamamos fraternidad. Nos convertimos en verdaderos hermanos y hermanas de los que trabajan a nuestro lado cuando ponemos nuestras espaldas entre ellos y las órdenes injustas de los faraones de turno.
En nuestros trabajos, empresas y organizaciones siguen conviviendo, unos junto a otros, los capataces y los inspectores. Los directivos que cargan contra sus empleados, dispuestos a todo con tal de satisfacer cualquier petición de los jefes; y responsables que prefieren ser castigados con tal de permanecer leales a sus compañeros.
Por desgracia, muchos empiezan como inspectores y con el tiempo se transforman en capataces, pero no es raro que ocurra también el proceso inverso. No olvidemos que si hoy no mueren más trabajadores bajo el peso de “imposibles producciones de ladrillos”, es porque en medio de nosotras hay muchos herederos y herederas de los leales inspectores de Egipto, ciertamente más de los que somos capaces de reconocer a nuestro alrededor. Tal vez, tú o yo seamos uno de ellos.