Domingo XXX del TO. Ciclo C
Por: Rosamary González. Vita et Pax. Tafalla (Navarra)
“Jesús dijo esta parábola por algunos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”.
Las lecturas de este domingo se centran en la relación de las personas con Dios, sea de forma individual o colectiva. El libro del Eclesiástico nombra a un Dios juez: justo, sin acepción de personas para no perjudicar al pobre; escucha la oración del oprimido, la súplica del huérfano, el desahogo de la viuda en su lamento. Hoy podríamos añadir a este libro muchos más colectivos que sufren igual o más que entonces y de los que “pasamos” muchas veces aludiendo a nuestra impotencia para tranquilizarnos y no actuar con mayor radicalidad en aquello que podemos.
Pablo aprovecha su carta a Timoteo para desahogarse de la soledad que ha sentido al verse abandonado, pero encontró la fuerza en el Señor para proclamar el mensaje a todas las naciones.
La parábola que nos presenta hoy Jesús, a primera vista, resulta tan intimista, tan oída y comentada, que puede perder la verdadera fuerza que contiene el mensaje del comienzo y del final.
Posiblemente, no terminamos de identificarnos ni con el fariseo ni con el publicano, o pensamos que tenemos un poco de los dos, sin entrar demasiado en la introducción de la parábola que nos dice a quién va dirigida.
En los tiempos de Jesús, como en los de hoy, esta parábola se dirige a los que tiene más cercanos, a los que se consideran justos, a los que se creen poseedores de la verdad y por eso pueden estar seguros. Y a los que desprecian a los demás sencillamente por ser diferentes: por pensar de manera distinta, por actuar bajo otros criterios, por tener otros signos de identidad.
Pues bien, también nos la dirige hoy a nosotras, a las y los que nos creemos que actuamos con justicia y vivimos con la seguridad de cumplir la ley por encima de todo. Cuando oramos sin dejarnos interpelar por la palabra de Dios, cuando estamos tranquilas/os y no nos preguntamos qué debe cambiar en nuestra vida para vivir con mayor autenticidad y fidelidad el proyecto de Jesús.
En su oración, tanto el fariseo como el publicano, han subido al templo a orar, y los dos comienzan su oración de la misma manera: “¡Oh Dios!”. A partir de ahí todo cambia: su postura, la seguridad y el orgullo en uno, la inseguridad y la humillación en el otro. Y Jesús termina con el final: “Os digo…… Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Las dos formas de oración son válidas y en cada situación de nuestra vida prevalece una forma de relacionarnos con Dios u otra. Lo importante será abrirle el corazón y dejarnos transformar por Él, en el que siempre estaba presente la relación con su Padre y la Misión.