Solemnidad de la Asunción de María
Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala.
Porque amó como nadie en la tierra,
ya que toda su vida fue un milagro de amor,
puesto que solo fue rica en pobreza,
María fue llevada a los cielos por Dios.
Así reza el estribillo de la canción popular que la capitalina Guatemala de la Asunción, dedica a María en esta su fiesta. Y, dentro de su sencillez, están acertados los “porqués”. Celebramos en este día a una mujer de pueblo y de un pueblo pequeño e insignificante. Su vida transcurría en el anonimato total siendo una vecina más entre las mujeres que hacían sus tareas dedicadas a sus familias. Destacaba eso sí, por su discreción, por su servicialidad, por su espíritu de observación que la hacía estar atenta a lo que sucedía a su alrededor. Así aprendió a orar, a interceder, a apoyar a quien la necesitaba.
Celebramos a una mujer que, de muy jovencita hizo ya la ofrenda de su vida al Señor y a la que poco a poco se le fue revelando la más alta elección de la historia que, entre dudas, interrogantes y aclaraciones, ella aceptó y le hizo expresar humildemente: “AQUÍ ESTOY: HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”. Es también el más excelente “SI” que haya pronunciado una criatura. Casi sin darse cuenta, en el candor de su conciencia juvenil, entró de lleno en el proyecto salvífico de Dios, para ser “LA MADRE” de quien, en ese plan trinitario, era enviado al mundo para hacerse “uno de tantos”.
Sin percibirlo estaba adornada por Dios con las mejores joyas: era inmaculada, virgen, creyente, fiel, prudente, humilde, delicada, amorosa, contemplativa. Estaba preparada para cumplir la gran misión que se le confiaba: “dar al mundo al Salvador”, asumiendo su maternidad con todas sus consecuencias. Hizo de ella una entrega total a Jesús, una alabanza diaria, un reconocimiento agradecido de lo que el Espíritu estaba haciendo en ella, un servicio presuroso y diligente en favor de quien lo necesitaba. Fue la primera discípula del Maestro, la que guardaba la Palabra porque estaba en sus entrañas, la que absorbía sus enseñanzas, la que le acompañó fielmente en los momentos dolorosos sin quejarse, la que fue testigo secreto y privilegiado de su Resurrección.
Y después acompañó, sin lugar a dudas a la naciente comunidad de discípulos, temerosos al principio hasta que los inundó el Espíritu. Con ella, oraban y se predisponían a recibirlo. Siguió luego compartiendo su quehacer apostólico, en un anonimato total –nada nos cuentan las actas- pero podemos imaginar que los acogería en su casa, los escucharía y animaría.
Con esa primera comunidad contemplaría las maravillas de Dios, y sus modos de actuar, a quién privilegia y qué es lo que no le gusta. Seguro que juntos fueron tejiendo con los mejores y más finos hilos de la Escritura, el cántico profético del MAGNIFICAT: alabanza, acción de gracias, denuncia, anuncio… Y así llegó al final de su vida: se durmió en su Señor. Así lo sintió la primitiva comunidad que desde el primer momento tuvo la seguridad de que en ELLA no cabía la corrupción. Dios no podía permitirlo Por eso todas las generaciones la proclamarían y la proclamamos BIENAVENTURADA.
Realmente, su vida y su muerte, su gloria y su Asunción son un MILAGRO DE AMOR. Un milagro que se puede realizar actualmente en nuestras comunidades eclesiales y en cada uno de nosotros y nosotras si vivimos nuestra vida desde la profunda espiritualidad de este canto que María proclamó en aquel gozoso encuentro con su prima.
También nosotros y nosotras, como comunidad de creyentes, peregrinando por las montañas de nuestras preocupaciones, ilusiones, inquietudes y esperanzas, somos invitados/as a vivir la misma experiencia de fe que Isabel puso en evidencia al recibirla: “Dichosa tú PORQUE HAS CREÍDO” y PORQUE HAS AMADO –me atrevo a añadir-: las dos bienaventuranzas, quintaesencia del discipulado evangélico.
Y somos impulsados a luchar contra los dragones que tratan de arruinar las semillas del Reino y robar la esperanza de los pobres. La Asunción de María nos da la seguridad de que el mundo nuevo que anhelamos es posible. Ella logró el gran giro histórico aceptando plenamente el plan de Dios en las circunstancias normales de la vida. ¡Animo!