Domingo 17º del T.O. Ciclo A
Por: Cristina Alonso. Vita et Pax. Pamplona
Nuestra sociedad, nuestro entorno está inmerso en un mundo de grandes contrastes. Vemos y escuchamos noticias que, por lo inmediato, no dejan que pensemos ni analicemos. Se mezclan ofertas de todo tipo para nuestro bienestar, con el engaño, la corrupción, violencia, el atropello de los derechos más elementales, las guerras, el incremento de la desigualdad y, sobre todo, relativizando el mal, dependiendo de quien lo ejecuta.
La exclusión, el atropello a la persona pasan desapercibidos, pareciera nada en comparación con los grandes ídolos de la economía que lo manipulan todo. En vez de hacer frente al hambre y a las migraciones forzadas, inventamos cómo levantar fronteras que protejan nuestros privilegios… horas para ver el fútbol y apenas unos minutos para decir que se murieron en el mar hombres, mujeres y niños que huían de la guerra, de la pobreza y miseria. Así vemos cómo el bien común se deteriora, y se deteriora la casa común, y los políticos buscando estrategias para acaparar el poder.
En este mercado de ofertas, dónde encontrar un modelo de referencia que nos ayude a realizarnos como personas libres, erguidas, solidarias…
La salud, el bienestar, son esenciales en nuestra vida pero no son lo único, y mucho menos si nos deshumanizan o fomentan la ambición o nos enfrentan. Cuando encontramos el verdadero tesoro las demás riquezas van encontrando su lugar al servicio de la persona.
Por eso sorprende cuando Jesús comparó el Reino de Dios con un tesoro. Nos habla así de una experiencia fundante: un encuentro que se desborda en alegría inmensa que dinamiza todas las resistencias y motiva el ponerse en marcha para lograr el hallazgo.
El labrador y el comerciante se topan con algo muy grande en medio de sus tareas. El Reino de Dios acontece con fuerza movilizadora en la vida de estos personajes. J. Jeremías dice que las palabras decisivas para la comprensión de la parábola son “lleno de alegría”. Alegría que arrastra y hace considerar “normal” la más radical de las entregas.
Así entendió Jesús el Reino: como un “hallazgo”, ante el que uno no necesita más… le basta que Dios sea Dios. Así lo entendieron multitud de mujeres y hombres que lo encontraron y fueron testigos de esa vida, esa paz, esa justicia, esa verdad, de esa gracia y Amor incondicional más allá del precio a pagar.
La elección del Reino de Dios como verdadero tesoro, da la alegría auténtica: alegría de no haber optado por ganancia o utilidad, sino por algo de valor inestimable en sí mismo.
Y, junto a la alegría del hallazgo, Jesús habla de las experiencias del corazón humano y su intención es contar la fascinación que producía en la gente, y el cambio de esquemas que provoca el encontrar el tesoro del Reino. Jesús nos habla de su propia existencia.
Cuando nos encontramos con lo que de verdad merece la pena, el “dejarlo todo” sucede sin darse cuenta, todas las posesiones, dependencias, amarres caen por sí solos. Lo que pareciera renuncia, no es más que opción incondicional por el Reino. Seguir a Jesús, lo suyo y los suyos, pone alas a nuestros sueños, nos conmueve ante el dolor ajeno y nos plenifica de tal manera que sólo queremos de su paz, de su justicia, de su verdad y libertad, y lo más sorprendente es que lo queremos para todos y todas. Lo nuestro es que llegue allí donde el clamor por la vida se hace más urgente.
El tesoro encontrado “atrapa” al afortunado-a. Ningún precio es demasiado alto para alcanzarlo. Es, en palabras de D Bonhoeffer “la gracia que cuesta cara”: “la gracia que cuesta cara, es el tesoro escondido en el campo, por amor del cual el hombre va, y vende con gozo todo lo que tenía; es la perla preciosa, por cuyo precio el mercader entrega todos sus bienes; es el señorío real de Cristo, por amor del cual el hombre se arranca el ojo que le es ocasión de escándalo; es la llamada de Jesucristo, en respuesta de la cual el discípulo abandona sus redes para seguirle. La gracia que cuesta cara, es el Evangelio, que siempre hay que buscarlo, el don que se debe pedir, la puerta a la que hay que llamar”.
Dios ha descendido a esta realidad y se ha instalado en ella, y llama a no desprenderse del presente, por problemático que sea. La posibilidad de acierto estará en la capacidad de mirar los signos de los tiempos y discernirlos claramente. Por eso tan oportuna la petición de Salomón: “Da a tu siervo un corazón dócil…”
San Pablo le habla a la comunidad en la misma dirección. Lo nuestro es tomarnos en serio lo cotidiano como lugar de realización de nuestro destino de hijos y optar por ello, es ya emitir un juicio crítico sobre lo que cogemos y dejamos de la realidad, “en las acciones y omisiones diarias cada instante es ya el último día” (A. Kemmer). Hacer de la vida diaria el lugar donde empujamos el Reino o lo ralentizamos. Dejémonos sorprender hoy por la novedad del Reino de Dios, así atravesaremos aquello que lo impide.