“Los Espíritus Inmundos Le Obedecen”

los espiritus inmundos le obedecen
IV Domingo del TO
Por: Fidel Aizpurúa. Hermano Capuchino. Vitoria.

 

Textos Litúrgicos:

Dt 18, 15-20
Sal 94
1Cor 7, 32-35
Mc 1, 21-28

“Los Espíritus Inmundos Le Obedecen”

 

Hay muchas páginas en los evangelios que hablan de endemoniados, de espíritus inmundos, etc. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos no existía la psiquiatría y cualquier alteración psíquica era atribuida al demonio. De ahí que resulte comprensible que Jesús ejerciera de exorcista, cosa que hacían muchos de sus contemporáneos: dejar el menor el espacio al mal para que Dios tuviera más sitio.

Puede entenderse esto como la necesidad que tenemos todos de sanar nuestro corazón, nuestro interior, nuestra vida espiritual. Siempre hay dentro de nosotros algo que necesita ser sanado, esa “herida infinita” que nos acompaña y que hemos de aprender a encajar.

Tal es así que, cuando Jesús manda a anunciar el reino a los discípulos, les dice que “echen demonios”, que curen el interior, que sanen las dolencias del corazón, las enfermedades del alma. ¿Quién no está necesitado de la curación del alma que es tan enfermiza?

¿Qué demonios quiere echar Jesús de nosotros? ¿A qué espíritus inmundos ha de hacer frente el evangelio en nuestra vida?  Según esta página del evangelio a algunos como estos:

· Al inmovilismo: Por eso, el que tenía un espíritu impuro dice a Jesús: “¡Déjanos en paz!”. Es lo que manifiestan muchos: que nada cambie, volvamos a lo de siempre, no toques lo que se ha dicho toda la vida, no te salgas de lo que está marcado. Así se empobrece la fe. El inmovilismo afecta a la Iglesia y amenaza nuestra vida. La tentación de ir para atrás es real, como lo vemos cada día.

· A la superficialidad: Por eso dice el endemoniado: “Te conozco bien”, o sea: no quiero que se te conozca de verdad, no ahondes, no profundices, no seas crítico. Porque la superficialidad es nuestro mayor enemigo y nos hace muy vulnerables. Hay que profundizar, porque la persona profunda sabe de Dios y de la vida.

· A la violencia personal: Por eso dice el endemoniado: “¿Has venido a destruirnos?”. Es la violencia de nuestro corazón la que hace más violenta nuestra vida familiar y social. No echemos la culpa a otros. Llevamos dentro el germen y la semilla de la violencia. Hay que controlarla para que no se desborde y haga estragos.

Así como cuidamos nuestra salud y en cuanto nos ponemos malos vamos al médico y si es más grave a urgencias, así necesitamos curar nuestro interior de sus fallos. La Seguridad Social no nos cubre esos trabajos. Los tenemos que realizar nosotros. Muchos de nuestros desajustes personales, familiares y sociales brotan de un interior confuso, violento, enfermo.

Hay quienes hablan de una ecología del espíritu, porque necesitamos cuidar no solamente la creación exterior, sino también el lado interior de la persona. No suele ser fácil. Pero mucho depende de la construcción de un interior claro y fraterno. Nos sanan las buenas relaciones. Con su ayuda podemos controlar mejor los espíritus inmundos, las disfunciones que nos amenazan. Confiemos y cuidémonos.

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