Manifestar la Resurrección: extender los brazos en la cruz

Por: D. Cornelio Urtasun

 Mirando y contemplando: oyendo y escuchando

Las mujeres, sentadas frente al sepulcro (Mt 27,61), se fijan (Mc 15.47) dónde lo ponen, vieron cómo era colocado su cuerpo y preparan aromas… (Lc 23,35).

Es una lección de realismo que contrasta con la de los apóstoles que entretienen su tiempo preguntándose cómo, por qué ha sido muerto Jesús. Ellas, temerosas pero intrépidas, desafían todo peligro y van a buscar al “muerto”. No ven más, pero lo que alcanzar a ver, lo siguen con amor hasta el fin. Encuentran al “vivo”: primero en sus huellas, luego, en su persona. Y lo anuncian a sus discípulos.

Manifestar la Resurrección

El panorama contemplado en la Resurrección de Jesucristo, a cargo de las mujeres, dan testimonio de su conducta, con su audacia, con su arrojo. Lo dan luego con sus palabras, sacan de su encierro a los apóstoles y les obligan a buscar, como ellas lo han hecho, a Jesucristo.

El Maestro dijo a los suyos: “seréis mis testigos…” (Hechos 1,8). Las mujeres se les anticipan en la Resurrección, de manera magistral. Dieron testimonio verbal, esplendido. Pero su testimonio alcanzó cotas más altas en aquella su actitud de fidelidad desafiante al Señor, a la hora de la verdad, en la muerte, en la sepultura y en la Resurrección.

Jesucristo no se cansó de afirmar que había venido para dar testimonio del Padre. De sí mismo no se cansó de decir, que si sus palabras no eran dignas de crédito, que allí estaban sus obras.

Pero Él tuvo una misión importante respecto de su Resurrección: MANIFESTARLA. Lo explica el texto de la Oración Eucarística II:

“Para destruir la muerte, y manifestar la Resurrección, extendió sus brazos en la cruz…”

El texto citado es preciso. ¡Fue así! Al morir, Jesucristo, extendió físicamente sus manos en la cruz. Pero antes, mucho antes, Él se había “cosido” en la cruz de su disposición ante el Padre, obediencia redentora, desde el momento que pronunció su “heme aquí” (Heb 10,5-7).

¿Se puede hablar en plena Pascua de extender los brazos en la cruz? Sí, es el camino seguro para manifestar la Resurrección.

Caminar con el corazón ensanchado, es una de las actitudes profundamente cristianas, urgentes, frente a tanto egoísmo y desinterés. Abrir nuestra mente y corazón a las necesidades y problemas del mundo y de la Iglesia. Y colaborar gratis. Quizá no es tanto lo que podamos dar: ¿Quizás un par de peces y cinco panes? Son la base para que Dios ponga lo demás y venga la multiplicación…

El humilde y constante servicio a todos los que nos necesiten, es otra cruz a la que somos invitados. La humildad y la constancia no tienen buena prensa. Lo que priva en la ciudad secular es lo que figura: presentar, salvar…, conservar la imagen. La verdad de lo que se dice es… ¡otra cosa! Poner ambas virtudes, ambas actitudes, al servicio de los demás, un servicio efectivo, indiscriminado, para todos: blancos, negros, jóvenes y viejos, amigos y enemigos, no se encuentra uno mucho por la vida.

Y a esto vino Jesucristo, ¡¡A SERVIR!! ¡Qué gran tarea! ¡Qué gran testimonio! ¡Qué ocasión de MANIFESTAR LA RESURRECCIÓN extendiendo los brazos en esa cruz concreta!

Otra cruz, entre las tantas, puede ser: buscar la verdad en la caridad.

¿“Buscar lealmente la verdad en la caridad” puede ser cruz? ¿Puede ser invitación a extender los brazos en la cruz, para manifestar la Resurrección? No hay más que leer el diálogo de Jesucristo con Pilatos, en plena Pasión (Jn 18, 28-40; 19,1-16) para comprender, que el servicio a la verdad en la caridad más limpia y generosa, de hecho, lleva a la cruz.

No se trata solamente de dar testimonio de la verdad para desenmascarar la mentira, sino, de dar testimonio de la verdad completa.

Entre las misiones que Jesucristo asignó al Espíritu Santo, señaló la de guiarnos hasta la verdad completa (Jn 13,13). Es Don excelso que el Paráclito da pero, a la vez, exige de nosotros colaboraciones penosas, que pueden ser también cruz.

Pero, siempre contamos con su ayuda, por eso le decimos: Espíritu Santo que resucitaste a Jesús, tu Siervo y Ungido, te pedimos:

¡¡Fúndenos a nosotros en su misma RESURRECCIÓN!!

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