Manifestar la Resurrección

Por: D. Cornelio Urtasun

En la Oración Eucarística II hay una frase referente a Jesucristo que dice así:

“Él, en cumplimiento de su voluntad,
para destruir la muerte y
manifestar la Resurrección,
extendió sus brazos en la cruz…”

Frase impresionante, que si tiene su trascendencia en todo el año litúrgico, la tiene de manera especial en este tiempo de PASCUA. Porque todos los textos de la Liturgia pascual, tanto los de la Sacrifical como Laudativa, nos empujan y llevan a vivir, a  manifestar la RESURRECCIÓN.

En los cincuenta días que dura el tiempo pascual, no hay jornada en la cual la Iglesia, de una u otra forma, en una u otra clave, no nos invite, no nos apremie a vivir la “santa novedad” de nuestra vida de resucitados, con y en JESUCRISTO,  para gloria del Padre,  a fin de que manifestemos, en nuestra vida y nuestras costumbres, la RESURRECCION DE JESUCRISTO.

¿Cómo manifestar la Resurrección de Jesús? En el texto transcrito en el comienzo de este comentario tenemos una primera orientación de parte de la Iglesia.

Aunque, de primera intención, parezca un poco contradictoria, he aquí que hay una manera incuestionable de manifestar esa RESURRECCIÓN.

Justamente lo que hizo Jesucristo y lo que la Iglesia nos recuerda en ese comienzo de la Oración Eucarística II: extender los brazos en la cruz. En este tiempo pascual, parece hasta paradójico hablar de la cruz como un lugar indispensable, desde el cual se manifiesta la Resurrección; pero la Iglesia, adoctrinada por el Espíritu Santo, nos precisa esta enseñanza tan concreta. Enseñanza que aparece en  la  Constitución Ecclesiae Sanctae, nº 38, sobre la Iglesia:

                “Todo seglar
                debe ser en el mundo,
                TESTIGO DE LA VIDA Y DE LA
                RESURRECCION DE JESUCRISTO
                y señal del Dios vivo y verdadero” 

Esto quiere decir que la tarea de manifestar la Resurrección de Jesucristo, es una tarea sustancial para el cristiano y  una respuesta de amor a Aquel que  nos amó hasta el extremo.

San Pablo nos dice:
                  “Ya que habéis resucitado con Jesucristo,
                   buscad los bienes de allá arriba,
                   aspirar a los bienes de arriba,
                   no a los de la tierra…
                   porque vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” 

La Iglesia, transmitiéndonos la enseñanza de San Pablo, quiere que  pongamos nuestro corazón, allí donde está nuestro verdadero tesoro, allí donde está la fuente  “do mana el agua pura”, que salta hasta la vida eterna: el Corazón de Dios.  Quiere que se haga  verdad en nosotros lo que varias veces nos está haciendo pedir en este tiempo de Pascua:

                 “Que nuestros corazones estén firmes
                   allí donde están las verdaderas alegrías…”
                 “Que, bajo tu protección, oh Padre,
                   no  pierda tu pueblo ninguno de tus bienes
                   y descubra los que permanecen para siempre” 

Algo así como si nos sintiéramos invitados a caminar por la vida, con los pies muy bien apoyados en la tierra, mientras que, de paso, respiramos continuamente aires de eternidad a través de Jesucristo sentado a la derecha  del Padre, como lo celebraremos en el misterio de su Ascensión y … de la nuestra. Vivir así, presentarnos así, proyectarnos así, es manifestar la Resurrección de Jesucristo.

En tantos cristianos que celebran cada año la Resurrección de Jesucristo, queda la idea de que es causa y ejemplo de nuestra resurrección, que se realizará en el “último día”. Incuestionablemente la Resurrección de Jesucristo, es la garantía y germen de nuestra resurrección, pero mientras somos peregrinos, cada año litúrgico, la Iglesia, celebrando con nosotros –y nosotros con ella- la Resurrección de Jesucristo, nos sumerge en la misma, de tal manera, que nos  celebra resucitados con nuestra Divina Cabeza.  Es el Jesucristo integral el que resucita, como es el Jesucristo integral el que padece y muere.

La Iglesia piensa que nuestra resurrección con y en Jesucristo, es algo grande, vivo y vivificante que debe ser cuidado y alimentado amorosamente. ¿Cómo? Ella misma nos instruye con las palabras de San Pablo:

                 “Celebremos la Pascua… porque
                  ha sido inmolada nuestra Víctima pascual. Cristo.
                  Barred la levadura vieja:
                  celebremos la Pascua, no con levadura vieja,
                  sino con los panes ázimos de la
                  SINCERIDAD Y LA VERDAD”.

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