Santa María, Madre de Dios
Por: María Jesús Moreno Beteta
La Iglesia celebra este día la maternidad de María. Vamos a plantearnos, muy brevemente, qué rasgos aparecen en este evangelio.
En primer lugar, no busca ningún protagonismo, ni se da ninguna importancia por ser colaboradora fundamental en el plan de Dios. La fiesta en su honor podríamos encontrar un evangelio donde Ella mostrase en público su alegría, expresada en palabras, porque la promesa del ángel, tras un silencio de meses, se ha cumplido.
Calló sus palabras ante los pastores, Ella podría haber contado todo lo que le fue confiado, cómo fue su embarazo sin mediación de varón y los prodigios que también experimentaría su pariente Isabel. Pero Ella deja que otros muestren los signos que les han sido revelados como alabanza a su Hijo.
En segundo lugar, es una mujer meditativa y contemplativa. Esto quiere decir que el centro de su corazón no es un ego al que necesite exhibir para parecer alguien.
El centro de su ser está a la escucha de Dios, que nos habla por los acontecimientos, por la realidad. Está atenta para discernir qué querrá plantear Dios con aquello que nos pasa, no hay posada y llega el parto, Herodes quiere matar al niño, hay que emigrar aunque tengan aquí su vida orientada…Ella asume la difícil realidad con una fe que alumbra en su corazón y desde ahí trata de entender todos los acontecimientos.
Aún resuena el “para Dios no hay nada imposible” y no se rebela, ni se enfada. Confía en Dios y pone todo de su parte.
En último lugar, es una mujer llena de paz y que comunica paz.
Ante las condiciones desfavorables, ante la visita de extraños y su exposición pública, nada menos que a los pastores, que no tenían fama en Israel de ser un grupo selecto. Es a ellos a los que se les revela la gloria de Dios, no a los doctos o a los religiosos de toda la vida.
María está llena de la paz que da la verdadera humildad, el asumir la realidad tal como es, sin pretender que merecía otra cosa mejor. Esa paz es el exponente de una libertad radical, pues confía en Aquél que la sostiene. Su paz se asienta en su fe profunda que sabe esperar y no pide continuas constataciones de lo que Dios le había prometido.
Su presencia es acogida de lo inesperado, sin pretender controlar los acontecimientos que le pasan, ni tener otras expectativas sobre lo que debería ser la realidad.
Acoge y confía, medita y trata de discernir, se pone al servicio de lo que la realidad le demanda. Pidamos a la Madre que nos ayude a desarrollar estas necesarias cualidades.